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Año 10 #115 Mayo 2024

Una mujer notable

Mi madrina es una mujer notable. Le digo esto y lo sostengo, pero para que usted me entienda tengo que contarle un par de episodios de mi vida; usted disculpe, prometo no aburrirla.
De mi infancia no vale la pena hablar. Todo muy normal y feliz. Crecí como cualquier chica, fui a preescolar y a la primaria, todo bien, mi papá y mi mamá y mis tías estaban encantados conmigo. Y yo tenía amigas, estudiaba, potreaba por ahí, jugaba y coleccionaba fotos de artistas. Hice la secundaria, entré con toda comodidad a la adolescencia y tuve un novio detrás de otro, nada serio; para ir haciéndome la mano, y el corazón, claro.
Pero después ya en la facultad tuve un novio de veras y hasta nos comprometimos. Nos íbamos a casar en cuanto nos recibiéramos. Todo seguía bien. A mi mamá mucho no le gustaba el muchacho, decía que era frívolo, pero a mí sí que me gustaba. Bueno, no me casé con él. Descubrí que tenía otra «novia»; en fin, novia no era pero él desaparecía cada ocho o diez días, con el cuento de una tía o tío, no me acuerdo, y se iba a Cañada a visitar a la chica. Investigué todo, no se crea que hice las cosas a las corridas, no, hasta la conocí a ella que, además, era muy agradable, pobrecita. La cosa es que lo mandé a la mierda, corté con él le dije de todo menos bonito y chau. Mi mamá, encantada. Mi madrina se sonrió, solamente eso, se sonrió. Y yo me recibí y empecé a trabajar y me fue muy bien.
Usted dirá, ¿y qué hay de raro en todo eso? Una vida de lo más vulgar.
Ah sí, de lo más vulgar, pero ya va a ver.
Tuve otro novio. Lo conocí en circunstancias casi de novela. En un incendio, mire qué espectacular. Se incendió una oficina en el edificio en el que yo tenía mis propias oficinas, ahí nomás, encima de mi piso. Policía, escándalo, bomberos, ambulancias, periodistas, de todo. Yo, bajando la escalera a los saltos. Alguien que me agarra de la cintura y me ayuda a bajar. Ni lo miro. Pero cuando llegamos abajo sí que lo miré y pensé a la flauta que tipo divino.
Los bomberos apagaron el incendio, todo anduvo bien, no hubo heridos graves, solamente una secretaria y el ayudante del portero con quemaduras leves, de modo que la ambulancia partió sin mucha alharaca y los periodistas preguntaban pavadas a todos los que se les acercaban pero el tipo no me soltaba y yo encantada de la vida.
Bueno, me casé con él. Estaba enamorada enamorada enamorada y me di cuenta de que antes, con el infiel, no lo había estado en absoluto. Contenta sí, feliz, emocionada, pero enamorada, eso que a una le cambia el mundo, la visión, la sangre, los gustos, los horarios, los pasos, el oído, el futuro (el pasado también pero eso es otra historia), el paladar, el tacto ah Dios mío el tacto, los sueños, los proyectos, la lengua, los miedos, los pecados y la memoria; eso no, eso era algo que sentía por primera vez en mi vida, aleluya.
Y fuimos felices. Yo fui feliz y parecía que él también. Tenía sus berrinches, pero ya se sabe que los varones son muy desorganizados, no saben domesticar ni su razón ni sus pasiones, de modo que me aguanté, puse cara de mujercita comprensiva y la cosa me daba cierto resultado. Magro resultado porque con el tiempo mi marido adorado fue amargándose, sus rabietas pasaron a ser más largas. Más profundas, más inesperadas. De pronto extrañé a mi mamá: era que él había ido recortándome las visitas que yo solía hacerle dos o tres veces por semana. Mi madrina andaba de viaje por Europa, a propósito de no sé qué congreso y después a un crucero y esas cosas. Y yo ahí, un poco asombrada. Tampoco veía a mis amigas y no me explicaba muy bien por qué. Y un día en el que lo vi de excelente humor le propuse que saliéramos a comer con Rogelio y Chichí a ese restaurante nuevo que habían abierto en Fisherton y salimos y todo regio salvo cuando yo dije algo sobre no sé qué cosa que salía en los diarios que fue cuando él, mi marido adorado, dijo:
—No le hagan caso, no entendió nada, como de costumbre.
Muda y helada me quedé. Y de ahí en adelante se desencadenó el infierno. No voy a entrar en detalles. Como les ha pasado a muchas: gritos, insultos, amenazas, hasta que llega la primera cachetada. Sí, ya sé, ahí debí denunciarlo. No lo hice, ¿por qué? Porque todavía lo quería, parece mentira pero sí, y confiaba en que todo se iba a arreglar. Minga de arreglarse. Más bien empeoró. Ahí sí lo denuncié. Para qué. La primera vez ni caso me hicieron ni explicaciones me dieron. La segunda vez me explicaron son cosas privadas que pasan en los matrimonios vaya tranquila ya se le va a pasar. La tercera vez me sacaron rajando: había habido tres robos en el barrio y yo les iba con esas pavadas. La cuarta vez me dijeron vaya y hágale la comidita que a él le gusta, y no vuelva a ponerlo nervioso.
Entonces fui a verla a mi madrina que era lo que debía haber hecho a la primera cachetada: esperar a que desembarcara del «King of the Seas» e ir a contarle todo (ya le dije que mi madrina es una mujer notable).
—Sos una idiota, m’hijita —me dijo.
—Ya sé —le dije.
—Pero les ha pasado a muchas —me dijo.
—¿Qué hago? —le dije.
—Me parece que vas a tener que morirte —me dijo.
—Ufa —le dije—, ¿te parece que es tan grave?
Y sí, le parecía tan grave. Si yo no recurría a eso, iba a terminar, o muerta de un par de cuchilladas, o golpeada una y otra vez hasta perder el sentido y la dignidad. Entonces qué. Morirse.
—Bueno, está bien.
—¿Cómo andás de entrenamiento?
—Mal, muy mal.
—Claro. Has estado pendiente de ese cretino y te has descuidado.
—Peor. Me doy cuenta de que estoy percudida, momificada, estática, ni siquiera puedo trasladarme. Ni transmutar puedo.
—Ay, nena, qué barbaridad. Vas a tener que aguantar, no sé, un mes por lo menos, dos mejor, para estar en condiciones de morirte. No te olvides de ir avisándole a tu madre.
Y así empecé a reponerme. Primero vinieron los ejercicios puramente físicos. Bajo la dirección de mi madrina iniciamos el ejercicio de distancias da un paso, dos, tres ahora diez pero solo con dos movimientos de los pies, bien, ahora veinte pasos, y así hasta un kilómetro con dos pasos. Enseguida combinamos con ejercicios de movilidad: cinco pasos de un saque sin mover los pies pero aparecer allá, junto a la otra pared. Me salieron bastante bien y terminé combinando distancias y movilidad con suficiente destreza. Enseguida les dimos a los ejercicios de obstáculos pero bah, eso es fácil: las puertas y las paredes se atraviesan con facilidad, no hay necesidad de repetirlo muchas veces. Me iba a mi casa y practicaba. Llegaba mi marido cada vez menos adorado y yo la iba de esposa modelo.
El tipo se iba a la mañana y yo me trasladaba a lo de mi mamá y charlábamos mientras yo movía las manos y me peinaba sin que ella se diera cuenta y cuando al fin se daba cuenta se reía y me felicitaba. Después yo decía me voy a la práctica y desaparecía. Aparecía en lo de mi madrina casi sin gastar energía, y le metíamos duro y parejo al entrenamiento.
Para qué describir uno a uno todos los ejercicios, eso sí que llegaría a aburrirla. Pero la culminación fue, como era de esperar, el encierro. Se llama el encierro pero debería llamarse la salida del encierro. Lo hice una y otra vez y otra y otra, desde un ropero, un placard, una habitación cerrada a cal y canto, un armario, lo que fuera. Y finalmente un ataúd. Pensamos en comprar uno pero íbamos a tener que dar explicaciones. Entre mi madrina y yo fabricamos uno. Precioso, vea. Y me sirvió para afinar mis capacidades. Yo me trasladaba a las casas que vendían maderas, lisas o trabajadas, a las fábricas de herrajes y de todo lo necesario para un ataúd no digo que de lujo, pero bastante bueno. Y entre mi madrina y yo los ensamblábamos fácilmente sin siquiera rozarlos con las puntas de los dedos.
Así que llegó el día pero se lo resumo. Lo provoqué y me pegó. Caí al suelo y me morí. No tuvo salvación: se lo llevaron preso y todavía está ahí, en la sórdida gayola.
Ah, pero le digo: el velorio fue divino, un éxito total. Mi mamá y mi madrina lloraban desconsoladas. Mis amigas también. Claro que todas sabían cómo era la cosa y ya mi madrina había conseguido un cuerpo, en una villa, figúrese usted, muy pero muy adecuado. Todas las que rodeaban mi ataúd sabían lo que iba a pasar pero lloraban en forma convincente. Es que yo no tengo amigas que no sean como yo, como mi madrina, como mi mamá No nos conviene relacionarnos con mujeres opacas, ¿me entiende?
Dejé pasar unos días y salí del ataúd una noche y mi madrina me esperaba en su Mercedes y me llevó a su casa.
—Preciosa, estás preciosa —me elogió.
Desde entonces hice muchísimas cosas, compré mis propias oficinas, cambié el diploma de antes por uno nuevo, trabajé, alquilé un departamentito muy lindo frente al parque, visité a cada rato a mi mamá, a mi madrina, y salí con mis amigas. En fin, hice todo lo que quería pero de casarme nones, ni pensar. Ah, y una de mis amigas, la Ruby, tuvo una nena y la probamos y es como nosotras y ella me pidió que fuera la madrina. Yo le dije que sí, pero que no sabía si iba a poder ser tan completa como mi madrina, una mujer notable.

  • Angélica Gorodischer
    Gorodischer, Angélica

    Angélica Gorodischer, en sus documentos Angélica Beatriz del Rosario Arcal, (Buenos Aires, 1928-Rosario, 2022) fue una escritora argentina que escribió más de treinta libros de cuentos y novelas. Es considerada una de las tres voces femeninas más importantes dentro de la ciencia ficción en Iberoamérica, junto con Elia Barceló (España) y Daína Chaviano (Cuba).

    Aceptada de forma unánime como una de las indispensables del género de ciencia ficción y fantasía en Latinoamérica, ha sido traducida al inglés por Ursula K. Le Guin y adaptada al cine en la película de María Victoria Menis La cámara oscura (1989), basada en su relato homónimo. En su extensa obra, centrada sobre todo en el cuento y la novela pero ampliada también en los territorios del ensayo y la biografía, podrían destacarse títulos como Bajo las jubeas en flor (1973), Kalpa Imperial (1984), Floreros de alabastro (1985), Fábula de la virgen y el bombero (1993), Casta luna electrónica (1977), Trafalgar (1979), Mala noche y parir hembra (1983), Técnicas de supervivencia (1994) y Las nenas (2016). Posee más de una veintena de galardones destacados que incluyen los Emecé 1984 y 1985, el Gigamesh 1986, el ILCH de Estados Unidos 2007 a su obra completa, el Mundial de Fantasía a la Trayectoria 2011 y el Konex 2014. Su narrativa se caracteriza por una clara preocupación feminista y social.

    En 1964 ganó un concurso de la revista Vea y Lea con el cuento policíaco «En verano, a la siesta y con Martina». En 1988 le fue concedida una beca Fulbright, gracias a la cual participó en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. En 1991, también con una beca Fulbright, enseñó en la University of Northern Colorado.