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Año 11 #122 Diciembre 2024

Capítulo 6 - Los muchachos peronistas judíos

CAPÍTULO 6
Apoyo sindical y empresarial:
de Ángel Perelman a José Ber Gelbard

La historiografía sobre las experiencias judías en América Latina, en general, y en Argentina, en particular, tiende a presentar a la colectividad judía como homogénea, y en esta imagen parece que sus miembros pertenecen en su totalidad a la clase media o alta, un posicionamiento enfatizado por la atención que la investigación ha puesto en varias historias étnicas de integración social y económica de gran éxito. Los argentinos judíos son representados en la bibliografía como un grupo social que experimentó en su totalidad un rápido y exclusivo ascenso social. Este cuadro supone una exageración que no nos permite detectar ciertos fenómenos actuales y que nos aleja de la realidad socioeconómica de la mayoría de los judíos en la primera mitad del siglo XX argentino. Y de la misma forma en que este presupuesto dominante llevó a muchos investigadores a desechar la opción de investigar acerca de los judíos de clase trabajadora y de los judíos pobres, ellos tampoco se dieron cuenta de la existencia de miles de judíos de la clase obrera que dieron su apoyo al naciente peronismo a mediados de la década de 1940.
Más aún, mientras que el establishment de la comunidad, en su mayoría, mantenía sus reservas hacia el gobierno peronista y el movimiento justicialista, distintos dirigentes judíos del movimiento trabajador no solamente se identificaron con el naciente movimiento político sino que también jugaron un papel importante en la movilización del apoyo popular al peronismo. El nombre más conocido es el de Ángel Perelman, fundador en 1943 y primer secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica. Perelman es reconocido por su aporte a las manifestaciones obreras del 17 de octubre de 1945, que dieron origen a la coalición política que ganó las elecciones generales de febrero de 1946. Lo poco que sabemos de Perelman surge de su libro de memorias, Cómo hicimos el 17 de Octubre, originalmente publicado en 1962.368
Autodefinido como “militante obrero”, Ángel Perelman era continuador de una tradición familiar de activismo político. Su padre había sido miembro del Partido Comunista hasta 1935, año en el que según su hijo abandonó la disciplina partidaria debido a una desilusión con la nueva estrategia “reformista y antinacional” adoptada por el partido, en consonancia con la política de “frentes populares” del comunismo internacional prosoviético. La consideración negativa sobre la deriva antinacional del comunismo argentino iba a afectar también enormemente a la percepción de Ángel sobre el camino por el cual debían dirigirse las aspiraciones del proletariado argentino.
Ángel Perelman inició su carrera como obrero metalúrgico a la temprana edad de diez años, cuando tuvo que abandonar los estudios y entrar como aprendiz en un taller ante la pérdida del empleo de su padre, como consecuencia del impacto que sobre la Argentina tuvo la recesión económica mundial de 1929-30. En su obra en defensa del peronismo Cómo hicimos el 17 de Octubre, Perelman describe el ambiente de miseria reinante en esos años en las “villas desocupación” de la capital argentina, donde se hacinaban las familias de los trabajadores que se habían quedado sin empleo, y cómo los muchachos de su edad acudían en masa a las fábricas, que ofertaban puestos en talleres a través de anuncios en el diario La Prensa. Empezó su actividad sindical a los 14 años, durante la llamada Década Infame que llegaría hasta 1943, de la que recuerda especialmente las actuaciones de la Sección Especial de las fuerzas de seguridad, encargada de reprimir al comunismo. Sin embargo Perelman aduce que durante este período el socialismo y el comunismo se vendieron a la oligarquía extranjera, desistiendo de sus objetivos revolucionarios de clase.
Según su visión, que reproduce varios clichés compartidos por muchos militantes peronistas de la época, estos partidos de izquierda respondían a los intereses de una clase obrera integrada principalmente por inmigrantes europeos, incapaces de desligarse de la cosmovisión propia del proletariado europeo y entender acabadamente las necesidades de los trabajadores en las circunstancias de Argentina. Sin embargo, y siempre según Perelman, las restricciones económicas de la década del 30 habían promovido la necesidad del desarrollo de una todavía débil industria nacional que satisficiera la demanda de productos ante la disminución de las importaciones. Este proceso habría impulsado un nuevo fenómeno migratorio desde las provincias agrarias hacia la capital del país, dando lugar a un nuevo proletariado nativo, que jugaría un papel fundamental durante los acontecimientos que llevaron a la explosión del entusiasmo popular en favor de Perón en octubre de 1945.
La política de “frentes populares” adoptada por la izquierda tradicional había resultado en la colaboración de sindicalistas, socialistas y comunistas, especialmente patente en la dirección de la principal asociación sindical, la CGT, dando lugar, en opinión de Perelman, a una política “ultrarreformista y conservadora”. Solo quedaban excluidos de este conservadurismo los sindicalistas apolíticos de la agrupación USA, quienes se manifestaron en contra de la “guerra imperialista”. La oposición de Perelman a la dirección de la izquierda sindical alcanzó sus cotas máximas durante la protesta realizada por el sector metalúrgico en junio de 1942, en la que él participó de forma activa como trabajador del taller CATITA. Perelman se oponía a supeditar los intereses de los trabajadores nacionales a las necesidades de los Aliados, y por ello entendió que la posición pro-Aliados de los comunistas —que trataron de interrumpir la protesta alegando que el paro en la producción afectaría al esfuerzo de guerra británico— suponía una doble traición, de clase y nacional. A pesar de la oposición comunista, los obreros metalúrgicos llevaron adelante la huelga durante 17 días, siendo finalmente suspendida por los dirigentes comunistas en una asamblea en la que la policía tuvo que intervenir para evitar su linchamiento por parte de los trabajadores que, como Perelman, querían continuar con la huelga. Los desafectos a la dirección sindical pensaban ya en la necesidad de reorganizar la representación sindical de los metalúrgicos al margen de los comunistas.
La oportunidad de romper con ese liderazgo se presentó cuando, a principios de 1943, los obreros descontentos con los comunistas y los socialistas de la fábrica Fontanares acudieron a Perelman para gestionar la formación de un nuevo sindicato metalúrgico, que vería la luz en el mes de abril, con él mismo como secretario general, bajo el nombre de Unión Obrera Metalúrgica. En junio de ese año las Fuerzas Armadas daban su golpe contra el gobierno, y en noviembre Perón era nombrado al frente de la recién creada Secretaría de Trabajo y Previsión. Según Perelman, la connivencia del comunismo argentino con el imperialismo británico había sido máxima durante la presidencia de Roberto Ortiz y, cuando este murió, socialistas y comunistas, aliados del imperialismo extranjero, habían atacado las medidas de su sucesor Ramón Castillo, cuando en realidad iban dirigidas a promover la consolidación de la industria nacional. En esta visión, ante la debilidad política de una incipiente burguesía nacional, el Ejército fue el actor que tuvo que erigirse en defensa de los intereses nacionales, actuando como el valedor político de esa burguesía nacional. En este contexto, Perón habría jugado un papel fundamental para asegurar una tendencia progresista en ese movimiento, que permitiría a los trabajadores argentinos defender sus intereses dentro del nuevo proyecto nacional: “El proceso de despertar político y sindical de la clase obrera… estaba adquiriendo un enorme vuelo”.369
Hacia mediados de 1944, Perelman propuso a la dirección del nuevo sindicato solicitar una reunión con Perón para pedir su apoyo a una serie de demandas salariales. Sin embargo, ante la oposición de la mayor parte de la comisión, decidió hacer una visita al jefe de la Secretaría de Trabajo y Previsión a título personal, junto con el único miembro sindical que había apoyado su solicitud. En esta reunión quedó convencido de la convergencia de intereses existente entre Perón y su sindicato, y tras insistir nuevamente consiguió que la comisión de la UOM aprobara una reunión oficial con la Secretaría dirigida por Perón. Ante la sorpresa del mismo Perelman, esta reunión obtuvo una asistencia masiva, de hasta 20 mil trabajadores metalúrgicos, iniciando lo que Perelman denominó el triunfo de la “izquierda nacional”. Según el sindicalista argentino judío, ante la comprensión por parte de los trabajadores de que el liderazgo obrero tradicional no perseguiría la toma del poder por parte de la clase trabajadora, el proletariado argentino apoyó el capitalismo de Perón, que al menos era “nacional”, marco en el que quedaban defendidos sus intereses de clase, aunque fuera parcialmente. Surgiría de este proyecto una alianza entre sindicatos, burguesía y el Ejército, bajo el liderazgo de Perón.
En su relato, Perleman veía que el nuevo proyecto nacional estaba inicialmente acotado por las resistencias de la oligarquía, que se movilizó ante el gradual incremento del protagonismo político de Perón, en una heterogénea alianza con la burocracia soviética, seguida ciegamente por los comunistas argentinos, y con el imperialismo norteamericano. Esta alianza gozaba del amparo de los partidos tradicionales argentinos y andaba al compás marcado por las recurrentes declaraciones del embajador norteamericano Braden. El arresto de Perón a principios de octubre fue recibido como un ataque a los trabajadores en el seno de la UOM. Perelman describe entonces el debate obrero sobre el camino a seguir ante esa situación, del que surge una mayoría predispuesta a respaldar a Perón, con un espíritu de lucha ya latente, pero en actitud de espera ante el desarrollo de los acontecimientos. Según Perelman, para los trabajadores, herederos de las consignas tradicionales del obrerismo político, las arengas que en aquel mes hacía Perón sobre “el gobierno de las masas populares” suponían “la recuperación de un viejo lenguaje perdido”.370
Pese al apoyo comunista a la salida del gobierno de Perón, en las discusiones que tuvieron lugar en la confederación sindical, la CGT, la mayoría decidió finalmente convocar a la huelga para el 17 de octubre, por 16 votos frente a 11. Esta decisión fue masivamente apoyada por las clases populares, que de forma espontánea, en palabras de Perelman, tomaron la decisión de dirigirse hacia la Plaza de Mayo. Ese día se selló definitivamente la alianza de Perón con la clase obrera, que situaba a los trabajadores a la vanguardia del movimiento nacional. No faltaron judíos en esta demostración de clamor popular, como demuestra una anécdota relatada por la esposa del diplomático Israel Jabbaz. De origen alepino, y de clase media baja, Jabbaz terminó los estudios secundarios en el turno de noche para poder trabajar durante el día. En la primera cita que tuvo con la que luego sería su mujer, Jabbaz tuvo la idea de llevarla a la manifestación en favor de Perón.
Otro dirigente argentino judío que jugó un papel importante en la movilización obrera de octubre de 1945 fue Ángel Yampolsky. Yampolsky, que se había formado ideológicamente en el anarquismo, era secretario general del Sindicato Autónomo del frigorífico La Negra de Avellaneda. Participó en las luchas de los trabajadores de la carne en los años 1944 y 1945, pero estaba entre los que advirtieron tempranamente la posibilidad de actuar fuera del “comunismo sectario” en el gremio y, por lo tanto, se opuso a la dirección comunista de la Federación Obrera de la Industria de la Carne, liderada por José Peter. Así que lo acompañó a Cipriano Reyes en su acercamiento a la política laboral de la Secretaría de Trabajo y Previsión durante ese período. No sorprende que aquellos dirigentes de la zona Avellaneda-Dock Sud fueran sindicados como “matones” o “lumpenaje” por los comunistas. Yampolsky jugó un rol clave en la movilización obrera del 17 de octubre de 1945. Según Reyes: “En las primeras horas de la tarde, varias columnas confluyen en Avellaneda, ante el puente ubicado en la unión de las calles Pavón y Mitre. Era una muchedumbre de cincuenta mil personas. Ahí estaban grandes contingentes del frigorífico La Negra, encabezados por su secretario general Ángel Yampolsky, de las fábricas de vidrio de Papini y otras empresas de Temperley, Lomas, Lanús, etc., movilizados por los compañeros Vicente Garófalo, José Calverio, Raúl Pedrera, Helio Mutis y Juan Rodríguez”.371
Yampolsky formó parte del Comité de Enlace Intersindical en esos días de octubre y luego se contó entre los fundadores del Partido Laborista. Este partido, surgido como una de las secuelas del 17 de Octubre, tenía mucha gravitación dentro de la coalición peronista en sus etapas formativas, y aseguró su triunfo electoral. Yampolsky integró la comisión que tuvo a su cargo la redacción de la Declaración de Principios del laborismo, junto con José María Argaña, Vicente Garófalo, Alcides Montiel y Antonio Sánchez. Yampolsky también alentaba el repudio público que hizo el nuevo partido de todas las actividades antisemitas de la Alianza Libertadora Nacionalista. Con un amplio consenso se decidió que Yampolsky fuese candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires en la boleta del Partido Laborista, encabezada por Cipriano Reyes y Ernesto Cleve.372 Después de su elección se distanciaron algo con Cipriano Reyes, por desafiar el liderazgo de Perón, aunque Reyes lo estimaba mucho como luchador. Falleció, en ejercicio de sus funciones, poco tiempo después.
A Rafael Kogan, secretario gerente de la Unión Ferroviaria (UF), hay que darle mucho crédito por el apoyo que este importante gremio le brindaba a Perón. Kogan, uno de los fundadores de la UF, había acumulado desde su puesto burocrático un considerable poder en el gremio más importante de Argentina en aquellos años. Dado su estratégico lugar de negociación en una economía históricamente dependiente de las exportaciones agrícolas, los trabajadores ferroviarios, de La Fraternidad y la Unión Ferroviaria, organizaron los sindicatos más poderosos del país. A comienzos de la década del cuarenta constituían, ellos solos, más de un tercio de los afiliados a la CGT. A lo largo de esa década cambiaron varios dirigentes en la UF, mientras que Kogan se mantuvo en esta función, el máximo cargo administrativo dentro de su estructura, hasta 1948. En octubre de ese año fue suplantado por Manuel Palmeiro, más cercano al nuevo secretario general, Pablo Carnero López.
El gobierno militar surgido del golpe de junio de 1943 decidió intervenir los sindicatos vinculados con los trenes, con la esperanza de debilitar al movimiento obrero. El interventor, capitán de fragata Raúl A. Puyol, destituyó a todos los miembros de la comisión directiva, contra la cual se formularon velados cargos de “malversación de fondos” y “violaciones del estatuto”. Además, Puyol declaró cesantes, sin sumario, al asesor letrado del gremio, Juan Atilio Bramuglia, y al secretario gerente, Rafael Kogan. Estas medidas provocaron una reacción hostil entre muchos ferroviarios. En un volante titulado “Un mes de intervención en la Unión Ferroviaria”, se expresaba “alarma e inquietud” frente a estos despidos. Los firmantes, identificados por su sección y no por su nombre —por temor al nuevo gobierno militar— protestaron contra los hombres puestos por Puyol al frente del sindicato, y enfatizaban que:

Tampoco podemos pasar por alto [...] la separación de sus cargos de los compañeros Rafael Kogan y doctor Juan Atilio Bramuglia [...] sin dar ninguna razón atendible para justificar siquiera tan grave medida. En este caso se trata de compañeros de larga y probada actuación en la Unión Ferroviaria, en la que siempre se desempañaron sin defraudar la confianza en ellos depositada. Sin embargo, la intervención los ha separado sin reparar en la injusticia que cometía y en el daño moral que ocasionaba.373

En las semanas siguientes, Perón y Domingo Mercante empezaron una serie de reuniones con los dirigentes de la Unión, y a finales de octubre Puyol fue reemplazado por Mercante, un militar cercano a Perón y vinculado por lazos familiares con los trabajadores ferroviarios. Mercante aceptó la renuncia de quienes habían sido designados por Puyol y resolvió reponer al secretario gerente Kogan y al asesor letrado Bramuglia. A partir de ese momento, a instancias de Bramuglia y Kogan, la “UF fue la base del peronismo en el país. Porque yo tengo que decirlo con franqueza, diciendo absolutamente la verdad”, confesaba José Domenech, expresidente de la Unión Ferroviaria y ex secretario general de la CGT, “que el 99% de los dirigentes de la UF, todos se hicieron peronistas”.374
Nacido en 1879, Kogan estaba vinculado a la generación anterior de los ferroviarios, la de militantes socialistas que venían de antes de 1943, donde se destacaban José Domenech y Luis González. Los distintos dirigentes de la UF, desde Antonio Tramonti a Domenech, solían consultar con Kogan constantemente, porque sus conocimientos y experiencia le daban un lugar de importancia en el sindicato. La Unión Ferroviaria tenía una estructura muy centralizada que era conducida por un pequeño grupo de dirigentes, una mesa chica, y la persona que estuvo en el lado largo de esa mesa durante más tiempo que cualquier otra en las décadas del 30 y el 40 era Kogan. Él, junto con algunos dirigentes y el entonces asesor letrado del sindicato, Bramuglia, convencieron a la masa societaria de apoyar al naciente peronismo.
Para el Partido Socialista, el hecho de que Borlenghi, Bramuglia y Kogan pasaran al otro campo significaba oportunismo y traición. A finales de agosto de 1943 La Vanguardia, en su columna “El socialismo y sus hombres”, elogiaba la figura del “compañero Rafael Kogan”, como un hombre de “probada fortaleza moral, de voluntad inquebrantable”, así como por “su energía, su espíritu de lucha”. El fundador de la Unión Ferroviaria, “animador permanente de esa poderosa organización”, era descrito de esta manera:

Rafael Kogan, obrero calderero del Ferrocarril Sud, respondiendo a los imperativos de la solidaridad, quedó cesante a raíz de la huelga sostenida por los ferroviarios en el año 1918. Y lejos de significar esa situación un quebranto para su moral, junto con un pequeño grupo de trabajadores, luego de analizar las causas para la derrota, comprendiendo la necesidad de modificar el sistema de organización, se dio a la tarea de crear lo que durante dos décadas fue orgullo del movimiento obrero argentino [...] Tiene ahora Rafael Kogan 64 años de edad. Su riqueza material es igual que cuando perdió su trabajo en el Ferrocarril Sud. Pero su acervo intelectual y moral se ha enriquecido con una experiencia de veinte años al servicio de sus compañeros de trabajo. Hombre honesto a carta cabal.375

Abraham Krislavin, que llegó a ser subsecretario en el Ministerio del Interior, y David Diskin, ambos del sindicato de Empleados de Comercio, servirían después también como importante nexo entre el gobierno peronista y varias personas y grupos judíos.376 Diskin se incorporó al Consejo Directivo de la Asociación de Empleados de Bahía Blanca ya en 1937. Desde 1943 se vinculó con Perón y, en 1945, al igual que otros dirigentes gremiales de origen judío, como Yampolsky, participó en la fundación del Partido Laborista. Al año siguiente se incorporó al Directorio de la Caja de Jubilaciones para Empleados de Comercio, así como al Consejo Directivo de la Confederación General de Empleados de Comercio de la República Argentina, lugar que ocupó hasta 1955. También fue miembro del Consejo Directivo de la Confederación General del Trabajo de la República Argentina a lo largo de la década peronista, 1946-1955.
En aquellos años recorrió el territorio nacional y varios países del continente como misionero de la doctrina justicialista. En 1948, Diskin se integró en la delegación argentina, en representación de la CGT, ante la Conferencia Internacional del Trabajo. En esas funciones permaneció hasta 1954. Gozando del apoyo de Borlenghi, en 1951 fue elegido diputado nacional, cargo para el que fue reelecto en 1954. Diskin participó en el congreso constitutivo de la peronista Asociación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS) en la Ciudad de México, en 1952, e integró al año siguiente la delegación que acompañó al presidente Perón en su viaje a Chile. Su importancia se hizo más visible cuando ocupó la tribuna junto a Perón y Evita en el Teatro Colón y en el Luna Park.
Por su lealtad al justicialismo tuvo que pagar un alto precio. Fue encarcelado por la Revolución Libertadora y condenado a prisión perpetua, acusado de traición a la patria. Sin embargo, a los pocos meses fue liberado y se exilió en Chile, donde entró en la Comisión de Resistencia, residente en dicho país. En 1958 regresó a la Argentina, bajo el amparo de la amnistía decretada por el gobierno de Artuto Frondizi. A principios de la década de 1970 fue electo secretario general de la Confederación General de Empleados de Comercio de la Argentina, y designado presidente del Banco Sindical de la República Argentina. También fue miembro del consejo directivo de las “62 Organizaciones” desde 1969 hasta 1975.
El diputado nacional Alberto Rocamora, en un acto celebrado en la Capital Federal el 27 de octubre de 1998, donde habló David Diskin, recordó que durante la presidencia de este en el Banco Sindical, concedió un préstamo a cada integrante de la delegación que viajó a Madrid en un avión chárter que trajo de regreso al país a Juan Domingo Perón. En 1972 participó en la comisión redactora de la Ley de Contratos de Trabajo junto con los legisladores nacionales, en representación de la CGT y de la Confederación de Empleados de Comercio. Con el regreso de la democracia volvió a la política municipal de Bahía Blanca, y en los años noventa fue electo concejal municipal más de una vez.
La importancia de dirigentes como Perelman, Yampolsky, Kogan o Diskin, radica en parte en el hecho de que su rol y significación no tuvieron que ver necesariamente con su identidad judía, sino con su condición de argentinos judíos. En muchos casos, parece que a nadie le importó su origen hebreo. Quizás esto pueda revelar una apertura por parte del peronismo hacia los judíos, más que la designación de un funcionario u otro para tratar asuntos específicamente judíos.
Gelbard, el peronismo y la burguesía nacional
Cuando le conté de este libro, Fernando Gelbard me escribió: “Mi padre, José Ber Gelbard, fue miembro del gabinete del general Perón en 1954/55 y en 1973/74, pero nunca fue peronista. Sí fue amigo del General y compañero de planeamiento, discusiones y acción política y económica”.377
Y efectivamente, hasta 1973, José Ber Gelbard no fue peronista. Ante los más cercanos confesaba ser radical, pero solo los más íntimos sabían sobre su cercanía al Partido Comunista, organización a la que estuvo afiliado hasta inicios de la década del sesenta y a la que, en el más estricto secreto, aportó fondos y contactos. Sin embargo, su vida y su obra lo llevaron a jugar un importante papel en la alianza policlasista que el peronismo intentaba formar, y en las políticas económico-sociales del mismo. Por eso, peronistas y antiperonistas a la vez lo identificaron con este movimiento populista argentino. Además, su identidad judía no era un secreto y contribuyó a la identificación de por lo menos un sector de la colectividad judeoargentina con el peronismo, lo que provocó en más de una ocasión expresiones antisemitas en 1973 y 1974.
De todos modos, si bien su cercanía a un movimiento como el peronista, de defensa y reivindicación de la clase trabajadora, resultaba lógica a la luz de su trayectoria, el pacto de unión no fue sellado hasta 1973, cuando a instancias del mismo Perón se convirtió en ministro de Economía, pasando así a formar parte destacada en el derrotero de este movimiento, tanto en sus logros como en su destino trágico entre principios de los 50 y mediados de los 70. Los conceptos de “justicia social” y “comunidad organizada”, así como de un Estado que asumía las responsabilidades nacionales y sociales del capital, resultaban muy atractivos para Gelbard, que detestaba las viejas políticas económicas dominadas por la élite tradicional de Buenos Aires y por sus socios británicos. Además, una clase trabajadora con un creciente poder adquisitivo y un mercado interno en expansión eran buenos para los intereses de la Confederación General Económica (CGE), aquel grupo de pequeños y medianos industrialistas orientados hacia el mercado nacional. Gelbard inició su colaboración con el peronismo como jefe de la CGE, la asociación que había impulsado para organizar a los empresarios nacionales. Según el historiador James Brennan:

La figura dominante de la CGE durante las siguientes dos décadas fue un provinciano y ex viajante de comercio, José Ber Gelbard, primer presidente de la CGE. Gelbard, hijo de inmigrantes judíos polacos y propietario de un negocio en Catamarca, pasaría a ser el principal ideólogo de la “burguesía nacional” y el más sólido defensor de la alianza entre empresarios y trabajadores y de un programa económico federalista [...] Gelbard ayudó a inculcar un sentimiento de “misión” a los miembros de la CGE, el cual tenía que ver con el papel liberador que habrían de desempeñar en el país los pequeños empresarios o bolicheros, y en la causa del federalismo y el nacionalismo económico que permitiría a los pequeños capitalistas obtener la liberación nacional a través de su cruzada por el capitalismo popular.378

En los años cincuenta y sesenta, Gelbard intentaba cuidar que su organización fuese vista como independiente, para sostener así relaciones con la totalidad del arco político, económico y militar. Gelbard aceptaba el impulso del peronismo en la CGE, pero sostenía que la misma se había creado en 1952, justamente el año más difícil del peronismo, cuando se lanzó un plan de ajuste que no estaba en las líneas de la CGE.379 En rigor, ya mucho antes de la existencia de la CGE, Gelbard había logrado erigirse en líder indiscutido de los hombres de negocios argentinos —también denominados “bolicheros”, por el reducido tamaño de sus empresas—, apoyándose en una militancia de décadas, iniciada durante sus años de juventud en la provincia de Catamarca, una de las zonas más pobres del relegado norte argentino. En lugar de retomar la escuela primaria que había abandonado en su país natal, trabajó como “cuentenik” (vendedor a préstamos) y vendedor ambulante de hojitas de afeitar, preservativos y peines, y comenzó a tejer una red de empresarios de las provincias del norte, para brindarse ayuda mutua y presionar al gobierno central para no ser discriminados en sus políticas económicas.
Allí, al norte argentino, había llegado el 1 de abril de 1930, a los 13 años, escapando de la miseria y los pogromos que asolaban Radomsko, su pueblo natal en Polonia, junto a su padre, el sastre Abraham, su madre Sara Tyberg y sus cuatro hermanos, para establecerse en la provincia de Tucumán. A Radomsko regresaría cuarenta y tres años más tarde, en una limusina, para sacarse el resentimiento de la infancia, luego de ser condecorado como ministro de Economía de Argentina por el premier polaco Stanislav Jerek380. La familia del joven Gelbard salió de Polonia a través de la ciudad portuaria de Danzig (Gdansk actualmente). En Argentina los esperaban sus tíos Felipe Cracovsky, vendedor ambulante, y Moisés Tyberg, talabartero, ambos asentados en la provincia de Tucumán, donde lograron integrarse rápidamente en la incipiente comunidad judía local, que comenzaba a levantar asociaciones tales como la Casa Israelita de Socorros Mutuos, Préstamo y Ahorro y la Sociedad de Residentes Polacos, presidida por Tyberg. En aquella provincia afloraban también instituciones sionistas como el Centro Cultural Sionista, dirigido por Jacobo Farber, cuyo hijo estaría vinculado a los futuros negocios de José Ber, a quien de niño llamaban Iapso.381
Apenas llegaron a San Miguel de Tucumán, alquilaron una casa en la calle San Martín al 600, a la que convirtieron en pensión, alquilando sus habitaciones a vendedores ambulantes, actividad a la que también ellos se dedicaban. En el año 1934, José comenzó a trabajar en la imprenta de los Iurcovich, que eran afiliados al Partido Comunista Argentino en Tucumán. Al año siguiente comenzó su actividad gremial en la Sociedad Israelita de Vendedores Ambulantes, fundada por su primo Wolf Tyberg. En 1936 abandona la imprenta para unirse a su tío Cracovsky en la venta de corbatas y camisas en el camino que une Tucumán y Catamarca. Este trayecto lo hacía junto con Francisco Murdosky, que era el jefe del Partido Comunista en Catamarca. Gracias a esa ocupación logró hacer grandes amistades con los siriolibaneses de esa provincia, especialmente con la familia Saadi, a la que pertenecían los futuros caudillos de Catamarca.
En 1938 José Ber Gelbard contrajo matrimonio con la que era su novia desde los 15 años, Dina Haskel, hija de los fundadores de la comunidad judía local. Se casaron en Tucumán y enseguida se mudaron a San Fernando del Valle de Catamarca. Allí abriría junto con Miguel Behar la Casa Nueva York, una tienda de lencería y de ropa masculina. En la capital catamarqueña había una importante actividad de vendedores ambulantes judíos y árabes. La comunidad hebrea local estaba integrada en su mayoría por judíos de origen siriolibanés, lo cual dificultaba la integración del nuevo matrimonio, de origen asquenazí. Los inmigrantes judíos y sus descendientes fueron bien recibidos por la élite catamarqueña, reconociéndoseles su importante actividad comercial. Se les abrieron incluso las puertas del elitista club “25 de Agosto”. Gracias a que el socio de Gelbard era miembro del club, este pudo ser también admitido. En dicha institución, José incrementaría notablemente sus relaciones políticas y comerciales.
A raíz de su relación con José Iurcovich en la provincia de Tucumán, y con Murdosky en la de Catamarca, Gelbard comenzó a militar en el Partido Comunista. Su rol era el de recaudar fondos para el partido en las provincias norteñas, donde una importante fuente de recursos provenía de los empresarios judíos.382 Comenzada la Segunda Guerra Mundial, su militancia política aumentó, tratando de reclutar nuevos adeptos y de juntar fondos para el comunismo local. Entre las actividades relacionadas con la recaudación de fondos se puede destacar el contrabando de coches desde Paraguay, que luego revendían en Catamarca y cuyas ganancias iban a las arcas del partido. A causa de esta militancia le fue negada la ciudadanía argentina por más de una década. A pesar de esto, Gelbard no cortó su relación con la comunidad judía local y por otro lado logró ser uno de los fundadores de la Cámara de Comercio de Catamarca, lo que le dio la oportunidad de codearse con otros empresarios.
Gelbard se iría erigiendo de esta forma en representante de empresarios modestos del interior argentino, quienes al ser “bolicheros” olvidados carecían de poder de lobby político. Frente a los intereses de la Unión Industrial Argentina (UIA) —dirigida por la tradicional oligarquía agraria que a partir de la década de 1930 había diversificado sus inversiones en grandes industrias—, estos pequeños empresarios esgrimían con orgullo su condición de “bolicheros”. Ellos eran self made men que adoptaban con entusiasmo lo que siempre había sido tomado como una calificación despectiva que de ellos hacían los porteños, de la misma manera que la clase trabajadora había adoptado orgullosa su identidad, antes despectiva, de “descamisados”.383
En agosto de 1942, Gelbard fue elegido delegado por la Cámara de Comercio de Catamarca en el Consejo Central de Comercio de la República Argentina. Gracias a este nombramiento logró entablar relaciones con el empresariado nacional. De esa forma su persona fue ganando importancia en los medios empresarios y políticos, especialmente en el norte del país. Unos meses antes de que Perón fuera elegido presidente de la Nación, Gelbard fue elegido presidente de la Federación Económica de Tucumán, una de las más importantes del país. Este nombramiento le abrió las puertas para comenzar su plan de organización de empresarios y comerciantes que habían sido excluidos de la Unión Industrial Argentina y de la Sociedad Rural Argentina.
A causa de su militancia en el Partido Comunista y de su amistad con el dirigente radical Ricardo Balbín, Gelbard apoyó a la Unión Democrática en las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946, e incluso llegó a participar en alguna de las manifestaciones en contra de la candidatura de Perón, en las que se vinculaba al militar argentino con el fascismo. Luego de la victoria de Perón, Gelbard continuó su actividad como empresario y militando en el comunismo, ya a nivel nacional. Fue parte del Directorio partidario, cuyo fin era penetrar en los mercados de bienes y finanzas. El mismo estaba integrado por empresarios como Gelbard, Simón Duchovsky o Samuel Sivak. En ellos recaía la responsabilidad de custodiar los fondos del Partido Comunista.
Para 1948, Gelbard ya había organizado la Federación Económica Tucumana y la Federación Económica del Norte Argentino. Por su parte, Juan Perón comenzó a mirar con interés a este grupo de pequeños industriales, quienes además compartían diversas concepciones políticas del peronismo, como la promoción industrial, el estímulo al mercado interno y la forja de una alianza entre empresarios nacionales y trabajadores. Este interés tenía que ver con el enfrentamiento de la UIA con Perón, quien a poco de asumir en 1946 había decretado la intervención de la entidad empresaria. El primer encontronazo había sido en 1944, mientras él era secretario de Trabajo y Previsión, cuando la UIA se opuso a la legislación impulsada por el Coronel para incrementar los beneficios de las jubilaciones.
Las grandes agrupaciones industriales representadas en la UIA estaban orientadas hacia unos intereses que contrastaban con la preocupación de Gelbard y el perfil del empresariado que él encarnaba, quienes además de reclamar beneficios públicos para la región norte del país, buscaban sostener una política de salarios altos que permitieran el consumo de la producción y los servicios de las pequeñas empresas. Décadas más tarde, evocaría Gelbard:

Los hombres que surgimos del interior del país nos lanzamos a la acción para modificar las políticas de dependencia elaboradas en las grandes metrópolis. Veníamos tratando de que no se confunda urbanización con una industrialización concentrada y deforme de tres o cuatro mini regiones del país. Tampoco desarrollo nacional con grandes empresas cuya expansión puede estar trazada en base a intereses diferentes de los nuestros384.

Las tensiones con la oligarquía de la UIA llevaron a Perón a intentar reorganizar las fuerzas empresariales para contar con su apoyo político. Un primer intento de reorganización incluyó la creación de la Asociación Argentina de la Producción, Industria y Comercio (AAPIC), que incluía a grupos empresariales más amplios que los del sector industrial, único integrante de la UIA. Pero este proyecto fracasó pronto, y Perón reemplazó a la AAPIC en agosto de 1948, mediante la creación de la Confederación Económica Argentina (CEA), que consiguió aglutinar a parte del antiguo empresariado industrial de la UIA interesado en acercarse al gobierno. Sin embargo, la nueva entidad aún mantenía ciertas reservas respecto a la participación de empresarios de las regiones del interior, que se veían desfavorecidos y comenzaban a presionar para que se los incluyera en la Confederación. En ese marco destacaron las capacidades negociadoras de Gelbard, cuyos esfuerzos se dirigirían a fomentar la inclusión de estos sectores empresariales hasta entonces desplazados del poder. Su relación con Perón iba a ser fundamental en este sentido.385
En abril de 1950 sus destinos se cruzaron por primera vez a instancias del empresario Alberto Dodero y el secretario de Asuntos Económicos, Alfredo Gómez Morales. Perón convocó a Gelbard para impulsarlo a formar una “UIA nacionalista”. Envalentonado, al mes siguiente Gelbard organizó un congreso donde se redactó el Acta de Catamarca, que daba inicio a la Confederación Argentina de la Producción, la Industria y el Comercio (Capic), bajo la premisa de crear un “organismo de carácter nacional auténtico”. En este período Gelbard participaba de las reuniones del Consejo Económico Nacional, así como de reuniones del gabinete nacional por decisión del propio Perón. La Capic sería el verdadero antecedente de la CGE, creada por Gelbard en agosto de 1952. El historiador James Brennan definió a la CGE como “por lo menos en parte, la respuesta de la segunda y tercera generación de inmigrantes a la resistencia de las estructuras oligárquicas de la sociedad argentina”, y dijo que su característica principal era “el antiliberalismo y el nacionalismo”. Esta afirmación es cierta para inmigrantes semitas, judíos y árabes a la vez, y sus descendientes en Argentina.386 “En las provincias en las cuales hasta un exitoso empresario como Gelbard solía estar a una generación de distancia del más humilde de los trabajadores, el discurso antioligárquico de Perón resultaba muy atrayente”.
La CGE sería la principal plataforma de influencia de Gelbard sobre el gobierno nacional, siendo él mismo su primer presidente. Las relaciones entre esta organización y Perón estaban basadas en intereses recíprocos: él recibía apoyo de los empresarios porque con su política económica los intereses comerciales de ellos se beneficiaban. Cabe destacar también que la CGE nunca fue absorbida por la estructura corporativista del movimiento peronista. Es decir, su apoyo a la política de integración económica y desarrollo que llevaba a cabo el gobierno nacional no significó una adhesión total al peronismo. A pesar de esto, ambos tenían una afinidad ideológica muy grande.387
La misión de esta organización bien se podría resumir en las palabras que Gelbard expresó en el Congreso de la Productividad, donde hizo referencia a una fórmula que satisfacía por igual a trabajadores y empresarios, la de “salarios altos y mano de obra barata”,388 o la que afirmó casi veinte años después, “socializar los ingresos pero no la propiedad privada”, en el marco de un “capitalismo popular y federal”.389 Por eso, la CGE se convirtió en la primera entidad patronal en celebrar un evento junto a la CGT, al organizar conjuntamente en 1955 el Congreso Nacional de Productividad y Bienestar Social, pocos meses antes del derrocamiento de Perón.390
El golpe de estado que derribó a Perón significó también la disolución e intervención de la CGE hasta 1958, años en los cuales, de acuerdo a Guillermo O´Donnell, surgió una alianza “liberal” entre la burguesía agraria y las grandes industrias, que en muchas ocasiones intentó avanzar sobre la otra alianza, la peronista, de carácter policlasista y defensiva, conformada entre la débil y pequeña burguesía industrial urbana y los sectores obreros, unidos en una estrategia “mercadointernista”391.
Según el historiador Gary Winia, la estrategia de la UIA, que tenía en su seno a seis de las nueve principales empresas foráneas, “aceptaba la tendencia a la desnacionalización como una bendición, en vez de percibirla como una amenaza, mientras atacaba con vehemencia la expansión del Estado”. Por el contrario, la CGE, formada íntegramente por empresas nacionales, “continuaba encabezando la cruzada en favor de una legislación restrictiva, destinada a obstaculizar el fácil acceso del capital extranjero a la industria nacional, en especial por medio de la adquisición de las empresas ya existentes”.392 Aquí también había una coincidencia con los peronistas que consideraban que el aumento de la penetración extranjera era una forma más sutil de dominación económica exterior. Con la CGE declarada ilegal y un clima político adverso, Gelbard se concentró en su faceta empresarial. Entre varios negocios, como hoteles, comercios, o diarios de baja circulación, se asoció con otros dos argentinos judíos, Manuel Madanes, que había fundado la empresa fabricante de neumáticos FATE, y Julio Broner, quien también sería presidente de la CGE, en su fábrica de cajas de embrague para automóviles Wobron. Sus negocios lo equiparaban al resto de los grandes empresarios argentinos. Pero, tal vez por sus sufridos orígenes, Gelbard tenía objetivos distintos. Tal como lo describe su biógrafa, María Seoane:

Gelbard fue un paradigma de la burguesía argentina: no dejó de recurrir a las corporaciones para presionar al gobierno, al lobby para enriquecerse, a la evasión impositiva para defender sus ganancias, a la prebenda estatal o a las prácticas monopólicas para expandir sus empresas (Aluar y FATE), ni dudó en aceptar comisiones por sus buenos oficios. Pero a diferencia de lo que sucedió con la gran burguesía industrial y terrateniente argentina, que ya adhería al fundamentalismo de mercado en los años sesenta y setenta, Gelbard prefirió las alianzas con la sociedad civil al vicio autoritario de recurrir a los cuarteles. Eligió apostar al desarrollo del mercado interno, criticar la alta concentración de la riqueza y la inequidad, y defender un modelo de país industrializado sin exclusiones. No hubo, en esa apuesta de Gelbard, ambigüedad ni secreto.393

Según Brennan, Gelbard había logrado construir un poderoso grupo industrial. Sus contactos con el Estado habían dado beneficios en el pasado y eran esenciales para el futuro. Al mismo tiempo:

Gelbard y su equipo económico estaban genuinamente preocupados por elevar el nivel de vida de los trabajadores, como parte de un proyecto para desarrollar un capitalismo nacional justo, que evitaría una revolución socialista en el país. Su preocupación no era tan solo hacer buenos negocios. Cuando hablaba de su oposición a un liberalismo antinacional y anticomunitario, y de su deseo de establecer un modelo humanista de desarrollo económico, no se trataba de un mero discurso hueco.394

En 1958, los militares entregaron el poder a cambio de mantener proscrito al Partido Peronista. La asunción del gobierno de Arturo Frondizi significó un intercambio de favores: Gelbard inclinaría a su grupo en el apoyo al flamante gobierno, y Frondizi devolvería el estatus legal a la CGE. Pero con vistas al futuro, Gelbard nunca dejó de frecuentar a Perón, exiliado en Madrid, aunque manteniendo una discreción que le permitiese a la CGE no ser asociada con su movimiento.
Por otras razones, ligadas al antisemitismo de diversos funcionarios tanto del peronismo como de los gobiernos militares, mucho más profunda fue su discreción en relación a su judaísmo y su sionismo. Ambas cuestiones habían estado presentes en los inicios de su militancia, pues durante la adolescencia había activado en el Centro Cultural Sionista, donde buscaba desbancar a los que denominaba “viejos sionistas”, interesados en el teatro ídish y el deporte pero poco afectos a la política y el socialismo, contactándose además con el flamante Comité de la Liga Pro Palestina Obrera. Estos ideales se vincularon incluso con su actividad gremial empresaria, cuando en 1935 participó en la Sociedad Israelita de Vendedores Ambulantes. Su último cargo formal dentro de las organizaciones judías lo tuvo después de su casamiento con Dina Haskel y su mudanza a Catamarca en 1938, en el Centro de la Juventud Israelita de dicha provincia.
De hecho, su crecimiento político lo alejaría de los cargos comunitarios, pero no de la militancia judía. De estrecha relación con los presidentes de la DAIA, Gregorio Faigón e Isaac Goldenberg, y con el embajador israelí Jacob Tsur, contribuyó a partir de los años sesenta con dinero e información para las organizaciones comunitarias de Argentina, aportando datos que ayudaron al Mossad, según María Seoane, en la captura del nazi Adolf Eichmann.395 Durante el episodio de la creación de la OIA, y ante la división de la dirigencia comunitaria, el empresario optó por seguir leal a la antigua asociación, sin dejar por ello de tener relaciones informales con la OIA. En un evento en esta entidad en el año 1949, conocería a Eva Perón, con la cual tendría una estrecha relación. En 1958 viajó secretamente a Israel para entrevistarse con el primer ministro David Ben Gurión y la canciller Golda Meir, ultimando además los detalles de la que iba a ser la segunda visita oficial de Meir en Argentina, en mayo de 1959.396 En otro de sus viajes secretos a Israel, en 1969, Gelbard manifestaría su muy buena impresión de las cooperativas agrícolas denominadas kibutzim, que se venían desarrollando desde cuatro décadas antes de creado el Estado.
Junto con Israel Dujovne, que era presidente de la Sociedad Hebraica Argentina en los años cuarenta, y Gregorio Faigon, que llegaría a presidir la DAIA a fines de los sesenta, Gelbard fundó una constructora que en la década de 1970 ayudaría a financiar a la CGE. Aparte de ellos, seguía manteniendo una estrecha relación con los embajadores israelíes en Buenos Aires. A pesar de estas relaciones y sus aportes económicos a la comunidad judía, nunca aceptó formar parte de ninguna comisión directiva.
En esa nueva etapa al frente de la CGE, Gelbard se apoyaría para dirigir la organización en un grupo de empresarios bastante heterogéneo, tanto en relación con su perfil social como en lo relativo a la actividad económica a la que se dedicaban. Especial mención merecen cuatro de estos empresarios, algunos de ellos también judíos: los ya citados Julio Broner e Israel Dujovne, Ernesto Paenza (católico casado con una judía) e Ildefonso Recalde. Como se ha indicado, Broner era socio comercial de Gelbard, y era al igual que él hijo de inmigrantes hebreos de Polonia (según algunas fuentes nació en Zaklikow en agosto de 1921 y recién llegó a la Argentina durante la Segunda Guerra Mundial, pero según otras, a diferencia de Gelbard, Broner nació y creció con su familia en el Chaco). Gracias a la concesión otorgada por Perón en 1955 para crear la planta Wobron de fabricación de embragues para automóviles, Broner fue capaz de desarrollar un auténtico monopolio en el sector. Broner fue un miembro destacado de la burguesía nacional encarnada por Gelbard, especialmente a raíz de la creación de la Cámara Industrial de Fabricantes de Automotores, Repuestos y Afines (CIFARA), de la que se valió para hacer lobby a favor de la industria nacional. Broner llegaría a presidir la CGE durante el período en que Gelbard fue nombrado ministro del gobierno peronista.
Israel Dujovne fue el único porteño dentro de este club de figuras destacadas de la CGE, lo que no es de extrañar dada la lógica que tenía la organización de promover la integración de las regiones en el tejido industrial del país. Dujovne fue también el dirigente más vinculado al Partido Comunista. Se enriqueció con sus actividades en la construcción a través de su empresa Kunar, y llegaría a presidir la CGE en los años 60. Ildefonso Recalde, oriundo de Rosario y destacado empresario de la industria textil, jugó un papel importante en hacer de la CGE un foro de expresión de los economistas nacionalistas, a través de la dirección del Instituto de Investigaciones Económicas y Financieras de la organización. Recalde se convertiría en la mano derecha de Gelbard, y gracias a ser el dirigente más alejado del Partido Comunista gozó de una mayor legitimidad de cara al establishment, en favor de la CGE. Por último, cabe destacar a Ernesto Paenza, quien entró en la organización como empresario dedicado a la exportación y la importación, y llegó a ser secretario de Desarrollo Industrial y presidente del Banco Nacional de Desarrollo en la década del 70.
Gelbard avanzó con el nuevo gobierno en la normalización de la CGE. Frondizi había cumplido su promesa de devolver la personería jurídica a la organización, pero Gelbard se había opuesto a la gestión “desarrollista” de inversiones extranjeras que impulsaba este presidente. Según sostenía, “los recursos técnicos, los capitales, y todos los demás factores de la producción estaban volcados a crear un bien que en algunos casos es de segunda prioridad social y económica en el desarrollo nacional”. Y ponía como ejemplo uno de los emblemas del desarrollismo, la industria automotriz, al señalar: “A pesar de que no teníamos caminos, las fábricas automotrices seguían saturando de unidades el mercado interno”.397 Aclaraba, sin embargo, que “nosotros no desdeñamos las inversiones extranjeras, siempre y cuando se destinen a aquellos sectores determinados por el interés nacional y, obviamente, no afecten la capacidad de decisión nacional”.398
La CGE desarrolló en un documento producido por su centro de estudios su propia visión sobre el desarrollismo, señalando que este modelo implicaba una “distorsión de la estructura productiva, generando desempleo, agravando los problemas de vulnerabilidad del sector externo, y aumentando la dependencia económica y tecnológica”, que fomentaba una “orientación del capital extranjero hacia los sectores de mayor rentabilidad, sin seguir el orden de prioridad exigido por las necesidades de la economía”, con una nueva exigencia de importaciones “que agravó la situación de pagos internacionales”. De acuerdo con este análisis, al final de la experiencia el endeudamiento con el exterior había crecido sustancialmente y se había perdido una parte esencial del control autónomo de las decisiones económicas. Por eso, las elevadas tasas de desarrollo en este modelo “implicaban una permanente postergación de los sectores del trabajo y la producción nacional”.399
En 1962, tras el derrocamiento de Frondizi, Gelbard firmó desde la CGE una plataforma conjunta con la CGT para elevar el nivel de vida de los trabajadores. Pero estos pequeños avances tendrían su final en 1966, con la asunción del gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía. Según Gelbard, desde aquel año había habido “un notabilísimo incremento de las utilidades del sector financiero”. Opinaba que el gobierno y los sectores económicos que lo apoyaban se oponían a la salida democrática porque “ellos, en un acto electoral, tienen que conformarse con lo que realmente son: minorías de minorías”,400 y afirmaba que se trataba de una política de recetas basadas en el ajuste del cinturón, y que para la CGE esa premisa era “inmoral, injusta, y por si ello fuera poco, totalmente ineficaz”. Agregaba: “En nuestra concepción del proceso, no solo es justo mejorar el ingreso real de los trabajadores, sino que constituye un requisito para crear un gran mercado interno que sirva de expansión a las fábricas nacionales”.401
La llegada de otro presidente uniformado, Alejandro Agustín Lanusse, a comienzos de 1971, pareció reencauzar las relaciones de Gelbard y la CGE con el gobierno. En un principio, Lanusse eligió a la CGE como su interlocutor empresarial, privilegiándola por encima de los sectores económicos liberales. Eso le permitió a Gelbard jugar un papel importante en el pacto entre Perón y Lanusse en 1972, que posibilitaría el retorno del viejo líder al país. En este período, Gelbard hizo también uno de sus mayores negocios, sobornando a los militares que gobernaban para que le facilitaran créditos y energía para la construcción de la planta de aluminio Aluar, que el Ejército buscaba desarrollar por razones económicas y militares, y para lo cual necesitaba además de la capacidad empresarial de Gelbard. Mientras tanto, él mantenía sus visitas a Perón en Madrid, y el General no tenía reparos en mostrarse “gelbardista”, e incluso se ha llegado a decir que afirmaba que un ataque a Gelbard era equivalente a un ataque a su propia persona.402 Perón intentaba convencerlo de ser el jefe de la conducción económica del gobierno que asumiría una vez que se levantase la proscripción a la que el Partido Justicialista había sido condenado por los militares, quienes lo habían destituido dieciocho años atrás, en 1955. Sucedía que, además de su liderazgo sobre los empresarios nacionales, Gelbard le aportaba a Perón, por medio de la CGE, los conocimientos económicos técnicos de los que carecían los cuadros peronistas.403 Y para Gelbard y la CGE era la opción de arribar, finalmente, al poder político que les permitiría diseñar la política económica del país.
La situación fue revelada con detalles por el mismo Gelbard, poco antes de su designación como ministro. En el verano de 1973 La Opinión, de Jacobo Timerman y su socio Abrasha Rotenberg, fue el único diario que apoyó a Gelbard abiertamente. Precisamente en esos días, Rotenberg coincidió con Gelbard. Fue durante sus vacaciones en Punta del Este, y este aceptó el ofrecimiento de organizar una reunión con varios conocidos. De acuerdo a Rotenberg, durante esa velada, Gelbard “comenzó por referirse a la situación económica del país, a las décadas de crecimiento mínimo, a la perversa política que beneficiaba a los intereses extranjeros y castigaba a los nacionales” y “sobre todo, a la cruel distribución de los beneficios a favor de algunos privilegiados a costa de las mayorías”, todo lo cual era acompañado de cifras, estadísticas, y comparaciones que, apunta Rotenberg, “manejaba con gran solvencia e impresionante precisión”. Gelbard aseveró allí que “por ahora, contamos con el apoyo del peronismo y, sobre todo, la buena disposición del general Perón. Por lo tanto, la respuesta lógica sería votar a Perón”. Pero acto seguido acotó que, “sin ánimo de ofender tengo que advertirles a los que van a votar al peronismo que pueden cometer una grave equivocación”, con lo que, narra Rotenberg, “un murmullo de sorpresa y desconcierto recorrió el salón”. Entonces, Gelbard explicó:

Creo que la obligación es esclarecer lo que conozco. El peronismo que viene me asusta. El peronismo que va a triunfar es el sector más oscuro, reaccionario y antisemita. No me refiero solo a la derecha. También la izquierda peronista, que actúa bajo consignas revolucionarias y apariencias progresistas, contiene un trasfondo y una sustancia fascista. A este peronismo no hay que votarlo. Si gana las elecciones —y tiene muchas probabilidades de lograrlo— es imprescindible que sea con una ventaja mínima. Este peronismo tiene una carga profunda de revanchismo, resentimiento y espíritu destructivo. Y lo que es peor, de irrealidad. Por eso les he pedido que nos reuniéramos para que no lo voten, y transmitan mi mensaje a sus amigos. Debemos demostrar que somos muchos los que nos enfrentaremos con ellos cuando muestren quiénes son de verdad. Estamos a tiempo de evitarlo.

Como era lógico esperar, le preguntaron cómo podía ser parte de ese peronismo que representaba “al fascismo reaccionario y antisemita”.404 Esta preocupación era compartida por muchos argentinos judíos que esta vez, más que en las elecciones presidenciales de 1946 o 1951, iban a dar su voto al justicialismo. También en la cancillería israelí, en Jerusalén, como veremos en el último capítulo de este libro, siguieron con preocupación los sucesos en el seno del movimiento peronista. Con el regreso del mismo al poder, en 1973, Gelbard quedó asociado sin fisuras al derrotero de este movimiento. Su liderazgo indiscutido entre los industriales nacionales de la CGE, que tenía, según la misma institución, un millón trescientos mil afiliados, lo ubicaba en un rol clave dentro del diseño pergeñado por Perón para su vuelta al poder, pues el anciano líder buscaba recrear aquella alianza entre industriales nacionales y trabajadores, con el fin de desarrollar un “capitalismo nacional”405 en el que el concepto marxista de “lucha de clases” (entre los trabajadores y los capitalistas) fuera reemplazado por una alianza de clases.
Gelbard renunció a la conducción de la CGE luego de aceptar el cargo de ministro. En su discurso de despedida, afirmó que “hay que afrontar el compromiso de colaborar con el gobierno. No debe perderse de vista que a nuestra derecha no existe nada, a lo sumo un símbolo gastado al que no puede volverse, y todo lo que pueda darse se halla a nuestra izquierda. Sin el cumplimiento de este compromiso que hemos tomado desde nuestro movimiento con otros sectores, se crearía una situación en el país cuyo desenlace nadie puede prever”.406 A instancias de Perón, fue designado el 25 de mayo de 1973 como ministro de Economía y Hacienda de la Nación por el recién asumido presidente Héctor Cámpora, quien había ganado las elecciones de ese año en representación del General, que estaba proscripto. Cámpora veía a Gelbard como un factor extraño al peronismo, pero debía obedecer la orden de Perón de designarlo como ministro.407
Pocos meses antes, la CGE había presentado un programa a todo el arco político, aunque sabía del seguro triunfo del peronismo, denominado “Sugerencias del empresariado nacional para un programa de gobierno”, donde sentaba las bases del programa económico que pondría en el centro de la escena a los empresarios nacionales y los trabajadores. Las mismas fueron ratificadas a poco de asumir Gelbard en las “Coincidencias Programáticas del Plenario de Organizaciones Sociales y Partidos Políticos”, forjadas entre la CGE y la CGT, en las que José Ignacio Rucci, por la central sindical, y el delfín de Gelbard en la CGE, Julio Broner, firmaron un documento en el que criticaban la presencia dominante del capital extranjero, el cual “tenía como consecuencia la oligopolización y monopolización de la economía”. Luego, afirmaban que “en los últimos 18 años el país ha asistido a un proceso de injusta distribución del ingreso, por la cual los trabajadores asalariados que alcanzaron una participación de más del 50% del ingreso nacional durante el gobierno del general Perón, hoy lo hacen en solo el 36,1%”. Así, ratificaban en el documento que “el gobierno, CGT y CGE se comprometen a aunar esfuerzos para restituir a los trabajadores asalariados su participación sustraída en el ingreso nacional”. El objetivo final era recomponer el salario a un nivel cercano al 50% del Producto Bruto Interno, es decir la cifra que había logrado la clase trabajadora durante el anterior gobierno peronista.
El audaz plan económico promovido desde los inicios por Gelbard contemplaba fuertes regulaciones por parte del Estado, principalmente a través de veinte medidas económicas que serían convertidas en leyes por el Congreso.408 Estas medidas tenían como objetivo aumentar salarios, jubilaciones y otros beneficios sociales, y promover la empresa nacional a través de la ampliación del consumo interno y una mayor disponibilidad de crédito público y privado. Se trataba de una política que iba a estar regulada por un pacto social entre empresarios y sindicatos, que posibilitaría también un aumento y posterior congelamiento de los salarios, así como un congelamiento de los precios.409 Por primera vez en la historia argentina, eran los trabajadores nucleados en la CGT y los empresarios nacionales de la CGE quienes parecían tener el poder de diseñar la política económica, gracias al consenso en torno a la figura de Perón.
Así, el 15 de junio de 1973 los líderes de la UIA, la Sociedad Rural Argentina (SRA), las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) y la Bolsa de Comercio de Buenos Aires se reunieron en el teatro San Martín junto a los líderes de la CGE y la CGT para avalar este plan, aunque obviamente se trataba de un apoyo obligado por las circunstancias, ajeno a cualquier tipo de convicción.410 Máxime teniendo en cuenta las medidas que se implementarían para financiar el recambio productivo que daría al Estado y la empresa nacional un lugar central en la nueva economía. Una de ellas sería la apertura de nuevos canales comerciales con el exterior; para esto los contactos de Gelbard con los países del bloque comunista serían la clave. A los sectores de la derecha que criticaron el relacionamiento con los países comunistas, Gelbard respondió que “el concepto de fronteras ideológicas pertenece a la prehistoria de las relaciones internacionales”.411
La otra fuente de divisas estaría en el aumento de la frontera agropecuaria, para lo que se demandaría al sector agropecuario que su producción no descansara en la rentabilidad proveniente del favorable suelo argentino,412 sino que incrementara sus exportaciones mediante mayores inversiones y adelantos tecnológicos. Todo lo cual parecería una afrenta directa de Gelbard y Perón al poderoso sector agrario, que había conducido los hilos de la política argentina durante gran parte de su historia. De hecho, Gelbard no ocultaba que se iría “reduciendo la importancia relativa del sector agropecuario, lo que cambiará las fuentes tradicionales de poder en el país”, e incluso sostenía en relación a la oligarquía diversificada que “no queremos que Argentina sea una colonia rica, ni que estas mejoras lleguen siempre a un grupo selecto, generalmente parasitario de la población”.413 Otra de las nuevas leyes económicas se relacionaba con las limitaciones a la radicación del capital extranjero, el que se permitiría solo en aquellas áreas en las que no existiese un competidor nacional y en los casos en los que no obtuviera ventajas sobre proyectos de inversión nacional. Era otra de las grandes luchas que debería dar el nuevo gobierno, tanto contra las empresas multinacionales como contra el sector político desarrollista que, en los hechos, proponía una fuerte apertura a estos capitales. El principal cuadro intelectual de este sector era Rogelio Frigerio, un hombre que manejaba la línea editorial del diario de mayor tirada, Clarín, medio que recrudeció sus críticas cuando Perón eligió a Gelbard en lugar de Frigerio para conducir la política económica.414 Ante la imposibilidad de censurarlo, Gelbard logró incidir para que la CGE y la CGT presionaran a varias empresas para que retiraran su publicidad, de modo que el medio tuvo que aceptar cambios en su línea editorial.415
El diario con el que Gelbard contó desde un principio para hacer frente a la oposición mediática fue La Opinión de Timerman, con quien había identidad ideológica en su enfrentamiento al establishment económico,416 pero también intereses compartidos. Para Gelbard, era la posibilidad de contar con un medio que no respondiera a intereses contrarios a su proyecto, y para Timerman, con el beneplácito de las empresas asociadas a la CGE, así como la ayuda estatal para conseguir que la empresa productora de papel Papel Prensa fuera traspasada a un socio de Gelbard y Timerman, David Graiver. Para ello, Gelbard utilizó el poder que tenía como ministro de Economía con el objetivo de presionar para que uno de los mayores accionistas de Papel Prensa, César Civita, vendiera sus acciones, que luego fueron adquiridas por Graiver, así como de brindar créditos y beneficios fiscales para que Graiver pudiera quedarse con la empresa.417 Cuando luego de la renuncia de Cámpora llegó Perón al gobierno, el 12 de octubre de 1973, ratificó en su cargo a Gelbard, que en una de sus primeras acciones diseñó las metas económicas del Plan Trienal 1974-1977. Allí se señalaba que “el eje central de la política de desarrollo industrial consiste en el impulso a la empresa de capital nacional y la reversión del proceso de transnacionalización”, y que “el Plan se propone que el dinamismo de la economía se vaya trasladando de los monopolios extranjeros, como ha ocurrido durante el último período, hacia el conjunto del sector privado nacional, el Estado y los empresarios nacionales”.418 Gelbard intentaba transmitir el carácter épico del Plan, señalando que mucho más fácil habría sido elaborar una política para mantener intacta la estructura de dependencia económica y social. Lo que estaba haciendo “no fue un juego intelectual destinado a buscar un envase más bonito para enquistar la dependencia, sino una denodada investigación de los medios que nos permitan liberarnos cuanto antes de los nefastos poderes del colonialismo económico, ideológico y cultural”.419
Si bien este enfrentamiento con el campo, las multinacionales, y el diario de mayor tirada podría ser percibido como una jugada excesivamente ambiciosa,420existía una perspectiva económica favorable para el mejoramiento en volumen y precio de las exportaciones agrarias y, fundamentalmente, el consenso en torno a Perón podía alimentar un nuevo equilibrio político.421 De hecho, los primeros resultados del plan fueron inmejorables: a fines de ese año, se había logrado que la participación de los trabajadores creciera del 33 al 42% del Producto Bruto Interno, mientras que el consumo había aumentado el 5,3% y el desempleo había caído del 6,1% al 4,5%, en un contexto donde la economía había crecido 4,8%.422
Para Gelbard, significaba un contundente triunfo socioeconómico, pero era consciente de las debilidades de un proyecto sostenido en parte por la débil burguesía nacional.423 En un discurso ante empresarios de la CGE, señaló que los industriales argentinos tradicionales “eran empresarios vergonzantes que apreciaban su máxima realización cuando podían comprar un buen lote de terreno en la pampa húmeda. Se ataban al país pastoril”. Además, hizo referencia a la histórica “proliferación de jóvenes viejos en la conducción” y, a modo de autocrítica, afirmaba que “si hace un cuarto de siglo, quienes pugnábamos por una nación industrializada y moderna y con un empresariado nacional hubiéramos comenzado a formarnos y a formar una generación de empresarios progresistas en lugar de ejecutivos imitativos y reaccionarios, la Argentina sería un país diferente”. Afirmaba que “como viejos jóvenes venimos, sin ninguna clase de demagogia, a exigir vuestra participación” para dejar “un pasado cavernario del que lamentablemente fuimos cómplices”.424
Aparte de la oposición de las multinacionales y de los terratenientes, Gelbard era confrontado por la organización paramilitar y de ultraderecha Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), al mando del ministro de Desarrollo Social y mano derecha de Perón, José López Rega, quien organizaría con su banda paraestatal una campaña contra el ministro de Economía.425 También estaba amenazado por las organizaciones armadas de extrema izquierda, que lo señalaban como un agente del capitalismo. En relación a ambos, Gelbard afirmó que “La Gran Paritaria Nacional (parte del Pacto Social) tiene a nuestro juicio mayor poder de transformación que un acto de terrorismo. Pero son los terroristas materiales e intelectuales de ambos extremos los que no aceptan esta senda de Reconstrucción y Liberación Nacional”.426 De hecho, era frecuente en sus discursos hacer referencia a la “revolución pacífica” que había encarado Perón. Más tarde afirmaría:

El general Perón dijo que las revoluciones se pueden hacer con sangre o con tiempo y eligió el tiempo. Abrió las puertas a todos y no cerró los puños a nadie. Él no analizaba la sangre de nadie. No le importaba la cantidad de glóbulos peronistas que tuviera. Lo importante era que quisiera construir la patria, y ese es el ejemplo que tenemos que seguir.427

Elogiar públicamente a Perón ya no era para Gelbard un inconveniente sino, por el contrario, una necesidad, la de apoyarse en su principal sostén político. Su otro gran sostén, fuera de la CGE, era la CGT. En mayo de 1974, concurrió a esta organización para ofrecer una conferencia en su Escuela de Capacitación de Dirigentes Sindicales. Allí, con tono épico afirmó:

Ustedes y nosotros peleamos toda la vida por un proceso de liberación nacional, tuvimos estas ideas mucho antes de que fueran oficiales, y en no pocas oportunidades fuimos marginados de la sociedad por sostenerlas. Resultaría difícil poder encontrar un mejor aliado que la CGT en este proceso. Únicamente el respaldo popular será el apoyo para consolidar y profundizar la política económica social que conducirá a nuestro país hacia su más completa realización y liberación.

Este apoyo, precisó, tenía que ver con que los trabajadores coordinaran la movilización que ya habían dispuesto las amas de casa, los jubilados y los jóvenes con la Secretaría de Comercio, para que juntos le pusieran fin de inmediato a las andanzas de quienes parecían no tener suficiente madurez para cumplir con los acuerdos de precios que se habían suscrito.428 Tenía lugar por entonces la crisis del petróleo de agosto de 1973, iniciada cuando la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) resolvió triplicar unilateralmente el precio del barril en el mercado internacional.429 Al mismo tiempo se cerraron los mercados europeos a las carnes argentinas430 y comenzaban a complicarse las variables económicas, lo que se traducía en violaciones del Pacto Social y continuas remarcaciones de los precios. Se notaba la suba de la inflación, que, anualizada, llegaba al 13%.
En medio de las turbulencias, Gelbard fue citado por el Congreso para exponer su visión sobre la economía. Allí lanzó uno de sus discursos más políticos y confrontativos, afirmando que “haciendo gala de total impunidad, algunos sectores desalojados del espectro político están saboteando nuestra tarea de cambio”. Luego se refirió a esos sectores como los “abogados y gestores de los monopolios internacionales”, afirmando que era una “paradójica rutina” que “sostengan su inquietud, ahora, por el futuro de la pequeña y mediana empresa, el costo de vida y las inversiones extranjeras, expresando defender los intereses nacionales y populares”, ya que “hasta donde llega nuestra memoria, fueron esos mismos grupos los que hicieron posible que los asalariados perdieran sustancialmente su participación en el ingreso nacional y que ciertas aventuras se calificaran como aporte de capitales extranjeros”.
Tras esta introducción, señaló que “un cambio tan drástico de las tradiciones políticas económicas liberales, impuestas por los empleados de los monopolios, no podía funcionar sin ciertos tropiezos”, e hizo referencia en este sentido a “dos problemas reales, cuya magnitud y origen se vienen exagerando interesadamente, el desabastecimiento y el mercado negro”. Agregó: “Estas desviaciones, frente al contexto que acabamos de describir, no son un hecho capital”. Al respecto, afirmó que estos problemas sucedían también con los primeros gobiernos peronistas, pero que eso no había impedido “que los sectores populares alcanzaran a participar de la mitad de las riquezas, porque eso sucede con la expansión de la economía en simultáneo con un alto nivel de ingreso para los trabajadores”. Señaló también que “bajo el pretexto del desabastecimiento y el mercado negro, se desea sabotear la política votada por el pueblo”, y que “el liberalismo en la Argentina solo trajo miseria para el pueblo”. Gran parte de la exposición se refirió también a la inédita ampliación de países con los que Argentina comenzaba a realizar intercambios comerciales y proyectos de inversión. Al respecto, afirmó que “esta política de inversiones extranjeras en siderurgia, industria naval, petroquímica, no fue negociada con los poderes coloniales, ni requirió las célebres devaluaciones o las giras por el mundo para iniciar búsquedas de préstamos salvadores”. Embistió luego contra las organizaciones de ultraizquierda, a quienes denominó como “agentes de la anarquía, que desean apresurar el proceso sin reparar en que le hacen el juego a los reaccionarios de siempre”. Y sobre el final hizo un balance de toda la gestión, remarcando como uno de los mayores logros el hecho de que “la participación de los trabajadores en el ingreso nacional pasó del 33 al 42,5%, la desocupación que en abril de 1973 era del 6,6% en octubre era del 4,4%, y la tasa de inflación anual pasó del 80% al asumir a menos del 13%”.431
Pero no serían las cuestiones económicas sino las políticas las que comenzarían a hacer tambalear a Gelbard y su proyecto. En medio de la feroz lucha al interior del peronismo entre la organización peronista armada Montoneros y la Triple A, y del violento clima social creado por estas y otras organizaciones de ultraderecha y ultraizquierda, a los 78 años falleció, el primero de julio de 1974, Juan Perón.432 Con la muerte de Perón, también murió el proyecto de impulsar el crecimiento autónomo de la sociedad argentina sin romper los límites del capitalismo, mediante el anhelado Pacto Social que arbitraría en el enfrentamiento entre trabajadores y empresarios.
Sin su mayor sostén político y en medio de un clima económico enrarecido por la inflación y el desabastecimiento, los viejos enemigos de Gelbard comenzaron a ajustar cuentas. López Rega intensificó sus ataques antisemitas, realizando una pegatina de afiches en los que lo acusaba de “judío bolche”, “sionista” y “judío vendepatria”,433 continuando la campaña que había iniciado a través de los pasquines El Caudillo, Las Bases, y Patria Peronista, que financiaba con dinero del Ministerio de Desarrollo Social, y desde Cabildo, donde se señalaba a Gelbard como uno de los financistas del aparato “judeo-marxista-montonero”.434
Atemorizado, Gelbard solicitó la intervención del Congreso Judío Mundial, pues no confiaba en la dirigencia de la DAIA de aquel entonces, y creía además que un organismo judío mundial activaría la paranoia antisemita de López Rega, algo que en parte sucedió, luego de que este se entrevistara con las autoridades judías y buscara despegarse de las acusaciones.435
Pero lo que, por real, más daño le haría, sería la intensa cobertura de sus pasados actos de corrupción en el caso Aluar, que fueron desempolvados por la oposición y largamente cubiertos por los medios de prensa, con la excepción de La Opinión, donde Timerman volvió a defender a Gelbard, manifestando que las acusaciones tenían una motivación antisemita.436
Para setiembre, cuando se había consumido el tiempo de duelo de la sociedad argentina y los factores de poder volvían a operar, el diario La Nación consiguió publicar al anteproyecto de ley agraria que se discutía en el gabinete económico para impulsar la reconversión productiva del campo. Tras su difusión, la Sociedad Rural Argentina (SRA) manifestó que esa ley, redactada por el secretario de Agricultura y Ganadería, Horacio Giberti, introduciría “factores de perturbación para la familia argentina” ya que era “un ataque directo a la propiedad, e introduce ideas ajenas al sentir nacional y violatorias de la Constitución”, agregando que poseía “un fuerte contenido colectivista, que crea bases jurídicas para la reforma agraria”.437
La mayor parte de los medios comenzó a hacer referencia a expropiaciones, aunque Giberti intentaba aclarar que no se trataba de un proyecto definitivo.438 Con una CGE menguada, el apoyo que debía brindar la CGT, que junto a la CGE había demandado desde siempre una reforma agraria, resultaba entonces clave no solo para la puesta en marcha de la ley, sino para la supervivencia misma de Gelbard. Por eso, Argentina se sorprendió cuando, tras algunos titubeos, los dirigentes de la CGT sumaron sus críticas al proyecto, y dejaron totalmente aislado a Gelbard.439 A ojos de todos, Gelbard y la CGE sobrestimaron la unidad de filas en la clase trabajadora y empresarial.
Sucedía que, con su poder menguado en virtud de que el Pacto Social mantenía congelados por dos años los reclamos salariales, los dirigentes sindicales habían comenzado a buscar su propia supervivencia sectorial. Muchos de ellos, incluso, ya se encontraban unidos a funcionarios de Isabel Perón, la sucesora del General en el gobierno, cuyo proyecto de país en nada se parecía al de Gelbard.
Liliana de Riz, en su trabajo Retorno y derrumbe, dice que sin la presencia de Perón la credibilidad del esquema económico se esfumaba: “Había fracasado el Pacto Social y con él temblaban los cimientos de todo el edificio construido por Gelbard. Es en ese contexto que la ofensiva sindical, aliada a los sucesores de Perón, terminará por derrocarlo. Para ello, la cúpula sindical no vacilará en abandonar la batalla contra los terratenientes. La CGT cambió radicalmente su posición y no avaló el anteproyecto de ley agraria. Esta vez era un proyecto reformista que se desmoronaba bajo la presión de la burguesía agraria y con el consentimiento de la CGT”.
Pocos días antes de la polémica, tal vez consciente de que su tiempo podía acabarse, Gelbard solicitó la difusión en cadena nacional de un mensaje que buscaba ser un resguardo, o bien su legado. Allí señaló que los indicadores económicos habían mejorado notoriamente desde que se pusieron en práctica sus políticas económicas. También dejó algunos juicios, como que “a partir de 1955, las denominadas reglas de mercado, que existen y deben respetarse bajo ciertas condiciones, llevaron siempre miseria para el pueblo trabajador”, que “las tesis económicas aplicadas por los técnicos adiestrados en las grandes metrópolis extranjeras solo sirvieron para mantener nuestra dependencia”, y que los problemas económicos que persistían “tienen arreglo sin caer en cirugías monetaristas o reaccionarias”.440
Pero, hacia octubre, Gelbard ya era un cadáver político que ni siquiera podía apoyarse en los empresarios nacionales, quienes buscaban alejarse de una CGE que era asociada a esa altura con un proyecto vencido.441 El 19 de ese mes, le presentó a Isabel Perón su renuncia indeclinable, en la que hacía hincapié en la necesidad de continuar con el proyecto. Pareciera que ese día de octubre no solo se fue un ministro de Economía, sino que también se perdió una propuesta política y, lo que es más grave, no existió reemplazo para la misma.442
Gelbard regresó así a la gestión de su grupo económico, mientras el país se derrumbaba con una presidenta incapaz de resolver la extrema violencia y el caos económico y social. En marzo de 1976, pocos días antes de que derrocaran a Isabel Perón, otorgó su primera entrevista a la prensa. Allí señaló que existía una campaña destinada a exhibir las tragedias argentinas como un resultado de la política económica aplicada entre mayo de 1973 y octubre de 1974, “cuando la realidad es que estamos sufriendo las consecuencias de haber abandonado aquella política”. Agregó: “La maniobra es clara: primero se hizo arriar las banderas del desarrollo con justicia social y soberanía, y ahora se trata de asegurar que nadie se atreva en el futuro a levantar estas mismas banderas”. Mantuvo también su defensa de la acción esclarecida de la CGE y de Perón, sobre quien afirmó: “Dijo, mientras yo esté en el gobierno esta política económica no la cambio. Y no la cambió”. Y afirmó Gelbard que lo mismo había sostenido Perón sobre el proyecto de acuerdo social, ya que “la lucha de clases nos lleva a la destrucción”.443
En medio de una profunda inestabilidad socioeconómica, el 24 de ese mes la Junta Militar llevó a cabo un golpe de estado para instaurar el llamado Proceso de Reorganización Nacional, que tendría como objetivo a corto plazo aniquilar a los integrantes de las organizaciones armadas de ultraizquierda, y a largo plazo destruir vidas y registros de aquella alianza de empresarios nacionales y trabajadores que, desde el primer peronismo, le disputaba el poder de la oligarquía diversificada. Por eso, una de las primeras medidas del gobierno de facto fue la intervención de la CGE y la CGT, un plan económico de ajuste que redujo la participación de los salarios del 43% del PBI al 25% para 1977,444 y una política de terrorismo y persecución no solo para las organizaciones armadas sino para todos los disidentes a su proyecto, que tuvo como saldo entre 10 mil y 30 mil asesinatos. La proporción de argentinos de origen judío entre las víctimas de esta dictadura brutal fue relativamente muy alta en relación a su peso demográfico. Sabiendo que, como ícono y mayor representante de la burguesía nacional, sería uno de los principales objetivos, en 1976 Gelbard tomó la decisión de partir hacia el exilio en Estados Unidos. Para fines de aquel año, los militares centraron su investigación en las sociedades de Graiver, acusado de haber administrado el dinero que el grupo Montoneros había obtenido por secuestros extorsivos, con Gelbard, Madanes, Broner, y Timerman.
Prácticamente la totalidad de la prensa,445 incluso La Opinión, pese a las advertencias de Gelbard, había apoyado el golpe de estado, silenciando los secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones.446 Según el periodista Rogelio García Lupo, “Gelbard intentó convencerlo a Jacobo de que no jugara La Opinión a favor del golpe de los ‘militares buenos’ contra Isabelita, y Jacobo no le hizo caso. Gelbard tenía en claro que no había militares buenos si venía el golpe y caía Isabelita, sino que lo que venía era lo que vino”. El antiguo rival de Gelbard, Clarín, que junto con los diarios La Nación y La Razón negociaría con los militares la adquisición de la mayoría accionaria de la empresa Papel Prensa,447 vio también la posibilidad de que la Junta Militar avanzara sin contemplaciones contra su viejo enemigo y su organización, la CGE, por lo que solicitaba a los militares el máximo rigor para con Gelbard.448
Pocas semanas después, la Junta Militar le retiró la ciudadanía argentina, dejándolo apátrida en el exilio, y confiscó sus bienes valorados en 50 millones de dólares.449 En abril de 1976, durante un viaje que Rotenberg realizó a Estados Unidos, acordó un encuentro con Gelbard en el Hotel Plaza de Nueva York. Después lo describió así: “era un hombre que había estado enfermo: se lo veía cansado y se desplazaba con cierta morosidad aunque intentaba disimularlo. Aquel hombre poderoso, sólido, duro y racional, que jamás perdió el control de las situaciones más comprometidas, era una persona que también podía ser frágil y desamparada”. Hablaron sobre el rumbo de Argentina, y Rotenberg intentó tranquilizarlo afirmándole que, como los demás golpes, aquel sería transitorio. Pero Gelbard le advirtió: “No se trata de un golpe militar común. Tienen planes muy ambiciosos: quieren construir otro país, un país nuevo de minorías privilegiadas y mayorías inermes. Cuando abandonen el poder, la Argentina será irreconocible. Tardaremos muchos años en reconstruirla”.450
En octubre, un aneurisma cerebral acabó con su vida. Años atrás, al comienzo de su gestión económica pública, había señalado: “No podríamos convivir con nuestra conciencia si, en el momento de actuar, salimos vencidos por los viejos de siempre, por aquellos que combatimos toda la vida. Sería una nueva derrota que afectaría, básicamente, al país que va a heredar esta juventud”.451
368 Ver sus memorias: Ángel Perelman, Cómo hicimos el 17 de Octubre. Buenos Aires: Coyoacán, 1962. Sobre el 17 de Octubre, véanse, entre otros, Juan Carlos Torre (comp.), El 17 de octubre de 1945; Santiago Senén González y Gabriel D. Lerman (comp.), El 17 de octubre de 1945: antes, durante y después. Buenos Aires: Lumiere, 2005.
369 Ángel Perelman, Cómo hicimos el 17 de Octubre, 41.
370 Ibíd., 63.
371 Torcuato Di Tella, Perón y los sindicatos. Buenos Aires: Ariel, 2003, 335, 343; Cipriano Reyes, Yo hice el 17 de octubre. Buenos Aires: CEAL, 1984, tomo I, 111, tomo II, 199, 213, 226.
372 Luis Gay, El Partido Laborista en la Argentina. Buenos Aires: Biblos, 1999, 56; Santiago Senén González, Laborismo. El partido de los trabajadores. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2014, 27-28.
373 JAB Papers, Caja 15/1.
374 Entrevista con J. Domenech, Proyecto de Historia Oral, Instituto Di Tella, Buenos Aires, II, 177. Véase también, Hugo del Campo, Sindicalismo y peronismo: los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires: CLACSO, 1983, II parte.
375 La Vanguardia, 29.8.1943.
376 Ver Raanan Rein, Juan Atilio Bramuglia…, 57-58. Diskin fue miembro del Consejo Directivo de la CGT (1946-1955) y diputado nacional (1952-1955). Ver Guillermo David, Perón en la chacra asfaltada: figuras del peronismo bahiense. Punta Alta: Ediciones de la Barricada, 2006, 9-32; David Diskin, El compañero Borlenghi: su trayectoria, su integridad, su temple. Buenos Aires: s/e, 1979.
377 Correspondecia del autor con Fernando Gelbard, abril de 2014.
378 James P. Brennan, “Industriales y bolicheros: la actividad económica y la alianza populista peronista, 1943-1976”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Nº 15, Buenos Aires: 1997, 119, 130.
379 Primera Plana, “La rebelión de los empresarios”, N° 470, Buenos Aires, 17.
380 María Seoane, El Burgués Maldito. Buenos Aires: Planeta, 1998, 351.
381 Ibíd., 29-32. Sobre la colectividad judeotucumana, ver Elisa B. Cohen de Chervonagura, La comunidad judía de Tucumán. Tucumán: Sociedad Unión Israelita Tucumana, 2010.
382 Isidoro Gilbert, El oro de Moscú. Buenos Aires: Planeta, 1999, cap. 12.
383 Eduardo Basualdo, Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del siglo XX a la actualidad. Buenos Aires: FLACSO/Siglo XXI, 2006, 27; Jorge Schvarzer, Empresarios del pasado. La Unión Industrial Argentina. Buenos Aires: Imago Mundi, 1991; James P. Brennan, “Industriales y bolicheros…”, 116.
384 Boletín del Ministerio de Economía Nº 36, 28.6.1974, “El ministro de Economía presidió en Catamarca la clausura de una reunión de jóvenes empresarios”, 7.
385 Ver James Brennan y Marcelo Rougier, “José B. Gelbard. Líder empresarial y emblema de la ‘burguesía nacional”, en: Raanan Rein y Claudio Panella (comp.), La segunda línea. Liderazgo peronista, 1945-1955. Buenos Aires: EDUNTREF/Pueblo Heredero, 2014, 195-213.
386 James P. Brennan, “Industriales y bolicheros…”, 118-119. Ver también Marcelo Rougier y Martín Fiszbein, La frustración de un proyecto económico. El gobierno peronista de 1973-1976. Buenos Aires: Manantial, 2006, 55.
387 James P. Brennan y Marcelo Rougier, The Politics of National Capitalism: Peronism and the Argentine Bourgeoisie, 1946-1976. University Park, PA: Pennsylvania State University Press, 2012, 86-88; entrevista del autor con David Selser, el actual tesorero de la CGE, Buenos Aires, julio 2014.
388 Rougier y Fiszbein, La frustración de un proyecto económico…, 56. Ver también Rafael Bitrán, El congreso de la productividad. La reconversión económica durante el segundo gobierno peronista. Buenos Aires: El Bloque, 1994.
389 Declaraciones de Gelbard luego de la firma del Acta de Compromiso Nacional.
390 Primera Plana, “La rebelión de los empresarios”, 16, 19.
391 Guillermo O’Donnell, “Estado y Alianzas en la Argentina, 1956-1976”, en: Desarrollo Económico, Nº 64, Vol. 16, 1977, 523, 534, 546-7.
392 Gary Wynia, La Argentina de posguerra. Buenos Aires: Belgrano, 1986, 301.
393 María Seoane, El Burgués Maldito, 14; Entrevista del autor con Duilio Brunello, que trabajó en la FATE con Gelbard y colaboró con él en la CGE (Buenos Aires, julio 2014).
394 James P. Brennan, “Industriales y bolicheros…”, 133, 137.
395 María Seoane, El Burgués Maldito, 84, 65, 122. Sobre el secuestro de Eichmann por los agentes del Mossad, ver Raanan Rein, “Reconsiderando el caso Eichmann”.
396 María Seoane, El Burgués Maldito, 107.
397 Revista Cuestionario, “Reportaje polémico a Gelbard”, 14.
398 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 13, 18.1.1974, 5.
399 Confederación General Económica, “Nueva política económica, su sentido y sus metas para 1974”, en: Estudios sobre la Economía Argentina, Nº 17, editado por el Instituto de Investigaciones Económicas y Financieras. Buenos Aires: 1973, 37, 40.
400 Primera Plana, “La rebelión de los empresarios”, 16. Ver también Julio Broner y Daniel Larriqueta, La revolución industrial argentina. Buenos Aires: Sudamericana, 1969.
401 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 1, 18.1.1974, 6-7.
402 Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos. Historia de una metamorfosis trágica. Buenos Aires: La Biblioteca de Tiempo, 2010, 3.
403 Gary Wynia, La Argentina de posguerra, 305.
404 Abrasha Rotenberg, Historia confidencial. La Opinión y otros olvidos. Buenos Aires: Sudamericana, 1999, 146-149.
405 Liliana de Riz, Retorno y derrumbe: el último gobierno peronista. México: Fs. Ediciones, 1981, 60. Perón hacía referencia a la “creación” de “un capitalismo de preeminencia social que atempere el sacrificio de los pueblos”.
406 María Seoane, El Burgués Maldito, 256.
407 James P. Brennan, “Industriales y bolicheros…”, 135.
408 Liliana de Riz, Retorno y derrumbe…, 86.
409 Cecilia Vitto, “Plan económico del tercer gobierno peronista. Gestión de Gelbard (1973-1974)”, en: Problemas del Desarrollo, Vol. 43, N° 171, 2012; Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos…
410 Carlos Leyba, Economía y política en el tercer gobierno de Perón. Buenos Aires: Biblos, 2003, 23.
411 Revista Cuestionario, “Reportaje polémico a Gelbard” (1974), 14.
412 Gary Wynia, La Argentina de posguerra, 294.
413 Revista Cuestionario, “Reportaje polémico a Gelbard” (1974), 14.
414 Graciela Mochkofsky, Pecado Original: Clarín, los Kirchner y la lucha por el poder. Buenos Aires: Planeta, 2011, 43.
415 Julio Ramos, Los cerrojos a la prensa, Buenos Aires: Amfin, 1993, 155.
416 Graciela Mochkofsky, Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (1923-1999). Buenos Aires: Sudamericana, 2003, 165, 201.
417 Martín Sivak, Clarín, el gran diario argentino. Una historia. Buenos Aires: Planeta, 2013, 248.
418 Plan Trienal 1974-1977, Ed. Ministerio de Economía, 1973, apartado “Para qué y para quiénes se produce”.
419 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 11, 2.1.1974, 2.
420 Eduardo Basualdo, Estudios de historia económica argentina…, 115.
421 Gary Wynia, La Argentina de posguerra, 314.
422 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 26, 19.4.1974, 8; Boletín del Ministerio de Economía, Nº 21, 21.3.1974, 3.
423 Liliana de Riz, Retorno y derrumbe…, 91.
424 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 36, “El ministro de Economía presidió en Catamarca la clausura de una reunión de jóvenes empresarios”, 28.6.1974, 7.
425 María Seoane, El Burgués Maldito, 363. Sobre la Triple A ver Ignacio González Janzen, La Triple A. Buenos Aires: Contrapunto, 1986; Marcelo Larraquy, López Rega. Buenos Aires: Sudamericana, 2004, pássim.
426 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 26, 19.4.1974, 11.
427 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 50, 4.10.1974, 2.
428 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 31, “Los trabajadores y el gobierno combatirán a los enemigos de la liberación nacional”, 24.5.1974, 2.
429 Carlos Leyba, Economía y política en el tercer gobierno de Perón, 51. Según Leyba, en octubre de 1973 el peso de las importaciones petroleras era del 3,1%, pero llegó al 15% poco tiempo después.
430 Leyba cita cifras de organismos multilaterales que señalan que luego de una primera etapa de apreciación en el valor de las commodities, a fines de 1973, el mercado europeo restringiría la compra de carne entre un 60 y 70% para preservar a sus países de la salida de divisas.
431 Ministerio de Economía, “Exposición del ministro de Economía de la Nación, José Ber Gelbard, ante la sesión realizada hoy por la Honorable Cámara de Senadores de la Nación, 19 de junio de 1974”, 24.6.1974.
432 Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos…, 3.
433 María Seoane, El Burgués Maldito, 363.
434 Graciela Mochkofsky, Timerman…, 333.
435 María Seoane, El Burgués Maldito, 375, 377.
436 Graciela Mochkofsky, Timerman…, 201.
437 Sociedad Rural Argentina: Memoria y Balance (1974), 48.
438 Juan Carlos Torre, El gigante invertebrado. Los sindicatos en el gobierno, Argentina 1973-1976. Buenos Aires: Siglo XXI, 2004, 90.
439 Ibíd., 91; James P. Brennan, “Industriales y bolicheros…”, 137.
440 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 45 – Anexo, 30.8.1974, 6; Carlos Abalo, El derrumbe del peronismo y la política económica del gobierno militar. Buenos Aires: IDES, 1976, 94.
441 Carlos Abalo, El derrumbe del peronismo…, 88.
442 Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos…
443 “Habla Gelbard”, Revista Cuestionario, N° 1324, marzo 1976.
444 Eduardo Basualdo, Estudios de historia económica argentina…, 122.
445 Eduardo Blaustein y Martín Zubieta, Decíamos ayer: la prensa argentina bajo el Proceso. Buenos Aires: Colihue, 1998; James P. Brennan, “Industriales y bolicheros…”, 139. Luego de un período de apoyo formal, los grandes grupos capitalistas lanzaron su ofensiva contra Gelbard y la CGE que incluyó una dura campaña de prensa y difamación. Ver Martín Sivak, Clarín, el gran diario argentino…, 292.
446 Graciela Mochkofsky, Timerman…, 230.
447 Graciela Mochkofsky, Pecado Original…, 75.
448 Martín Sivak, Clarín, el gran diario argentino…, 287.
449 María Seoane. El Burgués Maldito, 411.
450 Abrasha Rotenberg, Historia confidencial…, 276.
451 Boletín del Ministerio de Economía, Nº 36, 28.6.1974, “El ministro de Economía presidió en Catamarca la clausura de una reunión de jóvenes empresarios”, 7.

  • Raanan Rein
    Rein, Raanan

    Raanan Rein (Guivatayim, 1960) es un historiador israelí, a cargo de la cátedra Elías Sourasky de historia española y latinoamericana y exvicepresidente de la Universidad de Tel Aviv.1 Desde el año 2005 dirige el Centro S. Daniel Abraham de Estudios Internacionales y Regionales en esa universidad. Es miembro correspondiente en Israel de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina (ANH)2 y fue presidente de la Latin American Jewish Studies Association (LAJSA).3 El gobierno argentino le ha concedido el título de Comendador de la Orden del Libertador San Martín4​ por su aporte a la cultura argentina. El Estado español le otorgó el título de Comendador en la orden del Mérito Civil. Sus investigaciones actuales se centran en la comunidad judía argentina y su relación con el peronismo; el deporte y la política en Argentina; las organizaciones judías de autodefensa en Argentina; y la participación de voluntarios judíos en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española.
    Raanan Rein nació en la ciudad de Givataim, dentro del área metropolitana de Tel Aviv (Israel), donde cursó estudios en colegio secundario “Shimon Ben Tzvi”. Está casado con la doctora Mónica Esti Rein y es padre de dos hijos. En los años 80 estuvo a cargo de diversos puestos en la prensa y los medios de comunicación israelíes, entre los cuales se cuentan: editor de noticias internacionales de la estación de radio de Galei Tzahal; analista de asuntos internacionales en el periódico Hamishmar; miembro del grupo fundador del diario Hadashot, del que fue el primer editor de la sección internacional. Durante este periodo publicó cientos de artículos y reportajes en un variado número de periódicos y revistas israelíes.
    Simultáneamente a su trabajo como periodista, Raanan Rein completó sus estudios académicos en la Universidad de Tel Aviv. Se graduó en 1986 en dicha universidad con una licenciatura en Ciencias Políticas e Historia. Su tesis doctoral, dirigida por los profesores Shlomo Ben-Ami y Tzvi Medin, analizaba la alianza entre Franco y Perón y las relaciones entre Argentina y España durante la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. En 1992, tras obtener su título de doctor en historia, se vinculó al Departamento de Historia de la Universidad de Tel Aviv, y en 2001 alcanzó el grado de profesor titular, designado unos años después como catedrático de historia española y latinoamericana.
    Paralelamente a su extensa vida académica, Rein ha mantenido también diversas posiciones administrativas en la Universidad de Tel Aviv. Fue miembro del Comité Ejecutivo de dicha universidad; miembro del Comité de Enseñanza de la Facultad de Humanidades entre 2003 y 2005; es el fundador y director del Centro S. Daniel Abraham de Estudios Internacionales y Regionales desde 2004; fue Vicerrector de la universidad entre 2005 y 2009. Igualmente, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España le designó como Miembro del Comité Internacional que evalúa centros de excelencia de la red de universidades españolas. Desde el año 2012 es Vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv. Rein es coeditor de la revista académica Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe (EIAL); editor de la colección de libros en español Nuevas miradas a la Argentina del siglo XX, publicada por Lumière en Buenos Aires; y editor de la colección Jewish Latin America: Issues and Methods, de la editorial Brill. Rein es igualmente miembro del consejo editorial de siete revistas académicas y ha sido editor invitado de números monográficos de diversas revistas, entre ellas History & Memory, Z'manin, Mediterranean Historical Review, y Jewish History. Rein fue profesor visitante en la Universidad de Maryland (College Park), Universidad Emory (Atlanta), y UADE (Buenos Aires).

    Libros:
    Adriana Brodsky y Raanan Rein (eds.). The New Jewish Argentina: Facets of Jewish Experiences in the Southern Cone. Boston, MA: Brill, 2013.
    Claudio Panella (eds). La segunda línea. Liderazgo peronista. Buenos Aires: Pueblo Heredero/ Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2014.
    David Sheinin y Raanan Rein (eds.). Muscling in on New Worlds: Jews, Sport, and the Making of the Americas. Boston, MA: Brill, 2015.
    Jeffrey Lesser y Raanan Rein (eds.). Rethinking Jewish-Latin Americans. New Mexico: University of New Mexico Press, 2008.
    Rein, Raanan. Argentina, Israel y los judíos: Encuentros y desencuentros, mitos y realidades. Buenos Aires: Ediciones Lumiere, 2001.
    Rein, Raanan. Argentine Jews or Jewish Argentines? Essays on Ethnicity, Identity, and Diaspora. Boston, MA: Brill, 2010.
    Rein, Raanan (ed.). Árabes y judíos en Iberoamérica: similitudes, diferencias y tensiones sobre el trasfondo de las tres culturas. Madrid: Tres Culturas, 2008.
    Rein, Raanan. Fútbol, Jews, and the Making of Argentina. Stanford, CA: Stanford University Press, 2015.
    Rein, Raanan. Franco, Israel y los judíos. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1996.
    Rein, Raanan. Juan Atilio Bramuglia. Bajo la sombra del Lider: la segunda línea del liderazgo peronista. Buenos Aires: Ediciones Lumiere, 2006.
    Rein, Raanan. Peronismo, populismo y política: Argentina, 1943-1955. Buenos Aires: Editorial de la Universidad de Belgrano, 1998.
    Rein, Raanan. La salvación de una dictadura: Alianza Franco-Perón, 1946-1955. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1995.

    Artículos:
    Raanan Rein y Ilan Diner. “Miedos infundados, esperanzas infladas, memorias apasionadas: Los grupos de autodefensa judíos en la Argentina de los años sesenta“, ESTUDIOS, Revista del Centro de Estudios Avanzados No. 26 (July – December, 2011): pp. 163-185.
    Rein, Raanan. "El Largo Camino al panteón de héroes: La tardía inclusión de los brigadistas de la Guerra Civil Española en la narrativa nacional Israelí", Revista Digital do NIEJ, Año 4, N. 6, (2012).
    Rein, Raanan. “A Trans-National Struggle with National and Ethnic Goals: Jewish-Argentines and Solidarity with the Republicans during the Spanish Civil War”, Journal of Iberian and Latin American Studies, JILAR, Vol. 20, No. 2, 2014, pp. 171-182.
    Rein, Raanan. "Diplomacy, Propaganda, and Humanitarian Gestures: Francoist Spain and Egyptian Jews, 1956-1968", Iberoamericana, No. 23 (2006): pp. 21-33.
    Rein, Raanan. "Echoes of the Spanish Civil War in Palestine: Zionists, Communists and the Contemporary Press", Journal of Contemporary History, Vol. 43 No. 1 (2008): pp. 9-23.
    Rein, Raanan. "Football, Politics and Protests: The International Campaign against the 1978 World Cup in Argentina" in S. Rinke/K. Schiller (eds.), The Relevance and Impact of FIFA World Cups, 1930-2010, (Goettingen: Wallstein, 2014) pp. 240-258.
    Rein, Raanan. "From Juan Perón to Hugo Chávez and Back: Populism Reconsidered", in Mario Sznajder, Luis Roniger and Carlos Forment (eds.), Shifting Frontiers of Citizenship: The Latin American Experience, (Boston, MA: Brill, 2013) pp. 289-311.
    Rein, Raanan. “The Eichmann Kidnapping: Its Effects on Argentine-Israeli Relations and the Local Jewish Community”, Jewish Social Studies, Vol. 7, No. 3 (2001): pp. 101-130.