Poemas
El espacio entre vos y/yo está/preñado de diminutos/seres bulliciosos/parecidos al aire o a algo/que quizás/quiera/existir dice Madrazo y esos seres bulliciosos cobran vida en su poesía. A aguzar los oídos y abrir bien los ojos.
Como a quien le llora el agua
Lo confieso: me gradué de mago en lloviznas
cierta noche, bajo un insolente sol,
y entre aquellas raras nubes, en el mirador
del rascacielos Comega, ya memoria.
Por Corrientes angosta gemía
un carro abrumado por troncos
o monstruos
Las damas lucían sus capellinas
Esa noche, en el añoso bar Los Laureles,
vivamos a Corsini, postergamos a Gardel
Fuimos cosacos ebrios
echados sobre el piso de estrías y
lamparones negros
me dijiste no sé dónde voy a dormir
me dijiste perdí el conchabo
me dijiste no tengo mujer
me dijiste voy a pegarme un balazo
La bombita de luz caía como una mosca
le inventaba la oscuridad
al hombre solo, babeante,
que decía: mi destino es la llovizna.
Recostarme acuoso en la vidriera
Que mi miseria
perfume a mar.
(Inédito)
L’autre
Quien lo observara caminar, y quien
el merengue danzar (bien recto el torso,
a su fémina ornando dulce alcurnia),
quien por forniques lo juzgara un sátiro
—algo venido a menos, reconócelo—
o lo acompañe en tragos verdiazules
donde amistad escarcha sus blasones
no diría —ese quien— que él es un otro
mal abrigado en fingidor pellejo,
deshaciéndose en gajos a ojos vista
alistado a morir por vez primera.
Para amar a una deidad, Plus Ultra, Buenos Aires, 1995.
Tanguito
Ah ecléctico ardor otoñal
Donde Ella se desnuda o viste
Y Alguien vela cántaros pacientes
Para que no se incendie el sol.
Lo que es, fue lo que será:
Tristes cadáveres hermosos
Sueñan hoy lo soñado ayer.
Desencarnan pálidos rostros.
Alzan los poetas un signo
Inscripto en no existente muro
Ávido de espectros y geranios
Bailarín de un baile inmortal.
Beben ellos mil vinos como
Quien juega su vida en la copa.
Enhebran entreveros roncos
Deshechos en cuevas de sombras
A que desaten de mis venas[[1]]
Goce el amor agua la sed
Auxílienme las manos de Ella.
Y estalle el poema en su pie.
Cuerpo Textual (Edic. LAR-Chile 1987)
Lo juro
El rayo azul en el teléfono seré
las fauces seré de la sed el cántaro seré
bajo los oros de la
leche el jadeo seré
de los soldados que agonizan
en la estepa en Rusia
el frenesí seré la mano desencarnada por
la oscuridad seré
el malamparado que las madres temen
el que te amará un invierno como
nadiejamás.
El que no dormirá seré por inventarte
en la brusca noche seré los ojos
que te harán sollozar.
No me hallarás en el sótano en el alcanfor.
Temblaré en el pórtico de las desapariciones.
Viviré en tu sueño Y cuando no me sueñes
acaso sea
que Aire no moje ya mi boca.
Pero igual ella seguirá cantando
mismamente
todos los siglos por morir
la sorda música invisible de tu nombre.
Ayer decías mañana (Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aiores, 2012)
Poemas de viejo
I
EN la alta noche
el minutero no te da tregua
martilla en tu desazón.
Flota en el muelle ese vaho
o neblina.
Tu barco, el intruso, navega inadvertido.
Has vuelto a la comarca,
a lo ya ido, entre tornados de mil
kilómetros horarios perros de caza
negras aves predadoras
contra tu corazón.
No es, pues, el instante ideal
para leer a Wittgenstein a
Marx.
Sonrojarte por torturas
calvarios
crímenes de ayer
Por ejemplo aquella fiel mujer y sus manos
en alto basta basta
Por ejemplo frente a tu cama
vagas formas incoloras
condenándote cada noche
(sin piedad)
a la pena capital.
En la noche
en cualquier noche
un minutero insomne
no te da tregua: martilla
interrogantes
terrores sin
respuesta.
II
LA noche vigila al viejo
en el balcón: él va a rociar
sus mieditos uno a uno
aunque finja estar regando
los malvones no tan viejos
que el verano marchitó.
III
Y retorciéndonos de risa
ayer noche nos fugamos
¿recuerdan locos compañeros?
del hospital
de ancianos
(ah revivir lebreles
correrías
néctares
del verano)
No bien clareó burlando a los guardias de corps
hemos raptado cada uno
a nuestra bella colegiala
de falda cuadrillé tableada
La ocultamos en los costurones del
poema.
Bien lo sabemos éstos son
los tangueros espasmos del adiós, mas
no dejaré de abrazarte, mi Niña, no
podrán arrancarme de vos de este
estremecimiento u obstinación de
abuelo amador de esta húmeda
humedad que eterniza costillas de tu
almar que me sumerge en tus senos
en tu mirada me sumerge por los siglos de los siglos y
Olvidé decirlo: la radiante aventura no
fue coronada por la felicidad ya que
éstas mis memorias borroneo
hundido en mi cubículo del hospital de
ancianos castigado por revoltoso en
un cepo castrador y hasta la foto
tuya me han confiscado ojos únicos
los tuyos que me gritan y
gritan volvé a adorarme mi viejo
querido volvé a raptarme por favor
como ayer
Lo invisible (Editorial Lamás Médula, Buenos Aires, 2014)
Perro corazón
IGUAL que trote sin
potro, que huerto sin tierra, así tu
perro corazón desbocado acorazona
su endemientras (palabra ésta brava,
añeja)
así tu alma nunca al
servicio de causa propia, síempre causa
ajena, así tu ser anhelando ser
y nadiecito, ¿ves?, se dará cuenta.
Lo invisible (Editorial Lamás Médula, Buenos Aires, 2014)
Lo invisible
El espacio entre vos y
yo está
preñado de diminutos
seres bulliciosos
parecidos al aire o a algo
que quizás
quiera
existir
seres que
intentan desunirme
de vos
y
se burlan y
seguirán burlándose
me hacen cuernitos
mientras
pretenden
en vano
calumniarte
detallarme crímenes
seriales
triángulos varios y
otras minucias
perpetrados
(mi inexistente y única
mi amorada sin mácula)
por vos
(Inédito)
Quevediana
Como de acero o penetrante seda
o imaginario jardín oriental,
así es nuestro amor. Son testigos
los merodeos por el mítico Sur,
la noche cóncava, aquel bar
de vino y de miradas que desvisten,
tu alma abierta a la interrogación.
¿Qué hizo posible, inquieres, este amor
al que Tiempo no mella? Te respondo:
vos y yo amamos, en ambos, además,
a los diversos que abrazan nuestro abrazo.
Ellas y ellos, los amados muy antes,
son los garantes de esta caricia eterna,
de este amor que créase a si mismo,
nutrido, día a día, de sus varios.
(Inédito)
Ella cierra la persiana
Agitando, frente al pesado cielo, tu cabello,
te apurás a cerrar la persiana
(oxidada)
con una secreta, empecinada
decisión
de olvidar.
Al asomarte, la aguja del frío
ha de proyectar en tus pupilas dos
estrellas tan diminutas que
ni merecen
llamarse
universo:
allí
estarán, algo (bastante, quizás) más
arriba de tu mano,
tu mano que acaso
bruscamente va a golpear
(para mejor cerrarla)
la herrumbrada hoja de metal.
De un instante al otro una irreal
congoja te aproxima a esas estrellas
¿Las une acaso tu mirada? ¿Sólo
eso? ¿Por qué entonces la persiana
amaga cerrarse contra tu
pecho? ¿Por qué esas estrellas
al apagarse
te dejan ciega de toda luz?
(Inédito)
Cuesta imaginar
dos moscas haciendo el amor.
Esta historia por demás sentimental
-de ésas
de llorar-
ocurrió frente a mis pupilas, en
el insolente sol venezolano
cuando el macho Drosophila
melanogaster
(“amante del rocío de vientre negro”)
el pretencioso mosco del banano,
sonó sus alas en un vibrato irresistible,
primero en Do sostenido,
muy luego
en La mayor
(y la hembra cayó, hechizada,
en sus brazos.
O, mejor: en sus sedosas patas)
Lástima: tal pasión
habría de
durar sólo dos semanas
(breve
vida
feliz)
El mosca Romeo murió en
el primer acto la mosca
Julieta lo sobrevivió
dolce ragazza innamorata
apenas una hora
Shakespeare, más vacilante aún
que Hamlet,
no se decide a escribir la tragedia.
Blues de Muertevida (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1984)
Ammarcord
En esta noche que aún no existe
(acaso vaya
a suceder mañana)
desde
el callejón malamente iluminado
por
una única, jadeante,
intranquila luz
desde un hueco del tiempo
tapizado
de truenos
avanzan, uno a
uno,
lerdos, distrayéndose
por cualquier bobada,
parecidos a
párvulos:
tus muertos.
Créense, tus muertitos,
tan vivientes
¿Cómo avisarles
del error?
Tía Teresa, anciana, enciende
dorado velador de opalina,
radio vecina esparce su
espectral teatro del aire y
Madre niña empeñada en bordar
aquella erguida, alerta garza en
punto cruz
“Jorge, pequeño,
alcanzále su guiso
al mendigo
que hace su buen rato araña la puerta”
Y estará al caer, con la balanza
que llamabas “romana”
el turco, gran visir de vidrios y
botellas.
Y Padre aún no regresó de ese enigma:
la “oficina”
Vuelven a la carrera Maya, Selva,
compañeras
15 años abrazándote en ideal en
amor en rojas llamaradas en
el ejército del Ebro que
una tarde el río cruzó
ay Carmela y ay y
el cantar sube la cuesta
Pero ¿por qué
está de pronto todo
tan silencioso
hoy? ¿Tan
borrosa la consabida
huella?
¿Y nadie te responde?
¿Y todos los mayores
faltaron hoy
a clase, en esta
rara noche
que (quién sabe)
ocurrirá mañana?
Blues de Muertevida (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1984)
Velas
“Ninguna hilera de velas, por
deslumbrante que ella sea
logrará jamás ser
un amanecer”
-dijiste, alzándote del sillón
(de cuero)
con ese aleteo inquieto de
los dedos que tanto, ah,
conseguía
intranquili-
zarme:
temblores
aleteos
titilación
como si una
vela
amenazada por
el viento fueras
como si una hilera de
tímidas
velas
como si el invocado
amanecer
mismito fueras
como si un lloroso
o jamás
bien comprendido
leve revelación
o desvelado
furioso
quizás
amanecer.
Blues de Muertevida (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1984)
Cómo Havelock Ellis conoció el amor
Al gran sexólogo que, según propia confesión,
sólo aprendió a amar en su alta edad.
Sólo un niño de Surrey, acunado en el oscuro pánico
de la reina Victoria, robando huracanes
en la proa del velero Empress.
Ese era el Havelock de celestes lagunas,
es decir: ojos iguanas
que alumbraban sus bífidas
lenguas, sus ominosas poluciones nocturnas,
tan nocturnas como el sol del puerto
delirado por el velero de su padre y por
raros fantasmas sudamericanos.
Pero cuando Havelock adolesció y se adultó
sin jamás jamás
adulterar la lluvia de sus ojos,
danzó platónicos amoríos llamados
agnes olive may
Mirábanse bellos y desnudos, como aves
incapaces de volar.
Y así Havelock se casó sin casi saber del sexo
más que el niñito del velero Empress
y conoció a Hilda Doolittle quien era
un gran pájaro blanco al borde
de un acantilado.
Y cuando Havelock fue ya un viejo y
lo amaban todas las mujeres del mundo
Françoise Delisle le reveló un mundo jadeante
entre sus piernas.
Y Havelock Ellis escribió los más bellos tratados
sobre el amor
con el estremecido júbilo sombrío del
hombre que, a punto de morir,
desde su ventana descubre, llorando,
la última estrella del universo.
Blues de Muertevida (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1984)
[1] La línea en bastardilla es de Francisco de Quevedo y Villegas.
-
Jorge Ariel Madrazo
Jorge Ariel Madrazo (Buenos Aires, 1931-2016) es poeta, narrador, traductor y periodista profesional. Estuvo exiliado en Caracas, Venezuela, entre 1976 y 1983.
Publicó una docena de poemarios, los más recientes:
De vos (2008)
Ayer decías mañana (2012)
De vos/De toi (ed. bilingüe, París 2014)
Lo invisible (2014).
Permanece inédita la antología personal Algunas escenas del mundo.
Es autor también de dos libros de relatos, la novela Gardel se fue a la guerra (Primer Premio Eduardo Mallea 2003-2005), los ensayos El Anticristo (Madrid, 2006), Breve historia del bolero (Caracas, 1980) y Quarks – Microficciones.
Madrazo fue invitado a numerosos encuentros internacionales de poesía. Fue traducido al inglés, francés, italiano, macedonio, portugués y catalán. Recibió el Premio “Rosa de Cobre a la trayectoria en Poesía” por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Argentina). Integró el Consejo Editorial de la revista Trilce (Concepción, Chile), así como publicaciones y antologías del país y del exterior.