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Año 8 #94 Agosto 2022

Diario de Colón

25 de diciembre de 1492, día de Navidad (fragmento de Historia del Almirante)

 

Cómo el almirante perdó su nave en unos bajos, por negligencia de los marineros, y el auxilio que le dio el rey de aquella isla.

 

Continuando el Almirante lo que sucedió, dice que el lunes 24 de diciembre hubo mucha calma, sin el menor viento, excepto un poco que le llevó desde el Mar de Santo Tomás a la Punta Santa, junto a la cual estuvo cerca de una legua, hasta que, pasado el primer cuarto, que sería una hora antes de media noche, se fue a descansar, porque hacía ya dos días y una noche que no había dormido; y, por haber calma, el marinero que tenía el timón, lo entregó a un grumete del navío; «lo cual —dice el Almirante en su Diario— yo había prohibido en todo el viaje, mandándoles que, con viento o sin viento, no confiasen nunca el timón a mozos. A decir la verdad, yo me creía seguro de bajos y de escollos, porque el domingo que yo envié las barcas al rey, habían pasado al Este de la Punta Santa, unas tres leguas y media, y los marineros habían visto toda la costa, y las peñas que hay desde la Punta Santa al Este Sudoeste, por tres leguas, y habían también visto por dónde se podía pasar. Lo cual en todo el viaje yo no hice; y quiso Nuestro Señor que, a media noche, hallándome echado en el lecho, estando en calma muerta, y el mar tranquilo como el agua de una escudilla, todos fueron a descansar, dejando el timón al arbitrio de un mozo. De donde vino que, corriendo las aguas, llevaron la nave muy despacio encima de una de dichas peñas, las cuales, aunque era de noche sonaban de tal manera que a distancia de una legua larga se podían ver y sentir. Entonces, el mozo que sintió arañar el timón, y oyó el ruido comenzó a gritar alto; y oyéndole yo, me levanté de pronto, porque antes que nadie sentí que habíamos encallado en aquel paraje. Muy luego, el patrón de la nave a quien tocaba la guardia salió, y le dije a él y a los otros marineros, que, entrando en el batel que llevaban fuera de la nave, y tomada un áncora, la echasen por la popa. Por esto, él con otros muchos, entraron en el batel, y pensando yo que harían lo que les había dicho, bogaron adelante, huyendo con el batel a la carabela, que estaba a distancia de media legua. Viendo yo que huían con el batel, que bajaban las aguas y que la nave estaba en peligro, hice cortar pronto el mástil, y aligerarla lo más que se pudo, para ver si podíamos sacarla fuera. Pero bajando más las aguas, la carabela no pudo moverse, por lo que se ladeó algún tanto y se abrieron nuevas grietas y se llenó toda por debajo de agua. En tanto llegó la barca de la carabela para darme socorro, porque viendo los marineros de aquélla que huía el batel, no quisieron recogerlo, por cuyo motivo fue obligado a volver a la nave.

No viendo yo remedio alguno para poder salvar ésta, me fui a la carabela, para salvar la gente. Como venía el viento de tierra, había pasado ya gran parte de la noche y no sabíamos por donde salir de aquellas peñas, temporicé con la carabela hasta que fue de día, y muy luego fui a la nao por dentro de la restinga, habiendo antes mandado el batel a tierra con Diego de Arana[1], de Córdoba, alguacil mayor de justicia de la armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de estrados de Vuestras Altezas, para que hiciesen saber al rey lo que pasaba, diciéndole que por ir a visitarle a su puerto, como el sábado anterior me rogó, había perdido la nave frente a su pueblo, a legua y media, en una restinga que allí había. Sabido esto el rey, mostró con lágrimas grandísimo dolor de nuestro daño, y luego mandó a la nave toda la gente del pueblo, con muchas y grandes canoas. Y con esto, ellos y nosotros comenzamos a descargar y, en breve tiempo, descargamos toda la cubierta. Tan grande fue el auxilio que con ello dio este rey. Después, él en persona, con sus hermanos y parientes, ponía toda la diligencia, así en la nave como en la tierra, para que todo fuese bien dispuesto; y de cuando en cuando mandaba a alguno de sus parientes, llorando, a rogarme que no sintiese pena, que él me daría cuanto tenía. Certifico a Vuestras Altezas que, en ninguna parte de Castilla, tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner, sin faltar una agujeta, porque todas nuestras cosas las hizo poner juntas cerca de su palacio, donde las tuvo hasta que desocuparon las casas que él daba para conservarlas. Puso cerca, para custodiarlas, hombres armados, a los cuales hizo estar toda la noche, y él con todos los de la tierra lloraba como si nuestro daño les importase mucho. Tanto son gente de amor y sin codicia, y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas, que en el mundo creo que no hay mejor gente, ni mejor tierra; ellos aman a sus próximos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa; ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres las parió; mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente, que es placer de verlo todo; y la memoria que tienen, y todo lo que quieren ver, y preguntan qué es y para qué».

 

  • Hernando Colón
    Colón, Hernando

    Hernando Colón (1488-1539) hijo natural de Cristóbal Colón, se educó en la corte como paje del príncipe don Juan, segundo hijo de los Reyes Católicos. Se convirtió en un afamado cosmógrafo, y su biblioteca privada fue una de las más importantes del Renacimiento; la Biblioteca Colombina llegaría a tener veinte mil volúmenes, de los que solo una pequeña parte ha llegado hasta nosotros. En su Historia del Almirante —un alegato a favor de su padre, así como una de las fuentes más valiosas para conocer el descubrimiento de América, los primeros asentamientos europeos y las costumbres de los indígenas— narró la vida y los cuatro viajes de Cristóbal Colón, al que había acompañado en el último. La obra, escrita entre 1536 y 1539, no se publicaría hasta 1571 en italiano. El fragmento elegido en esta antología —y que Cristóbal Colón narra en primera persona, pues Hernando lo copia de su Diario— corresponde al primer viaje, que partió de Palos el 3 de agosto de 1492 y regresó a ese mismo puerto el 15 de marzo de 1493. La transcripción del Diario de Colón que hizo fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias, escrita entre 1552 y 1561, cuenta la pérdida de la nao Santa María de un modo muy parecido, aunque en tercera persona.

    El 25 de diciembre de 1492, los planes de Colón se vieron profundamente alterados cuando una distracción del piloto de la Santa María hizo que la nao encallara y quedara inservible en lo que hoy se llama la bahía del Caracol, en Haití. Como en La Niña, capitaneada por Vicente Yáñez Pinzón, no había espacio para los tripulantes de la nao, Colón tomó la importante decisión de fundar la primera colonia en tierras del Nuevo Mundo, el «Fuerte de Navidad», donde quedaron treinta y nueve hombres al mando de Diego de Arana. Un mes antes, las desavenencias entre Colón y Martín Alonso Pinzón, al mando de La Pinta, habían llegado a su punto culminante, y los barcos se habían separado.

     

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